Tuesday, February 25, 2014
Sunday, February 16, 2014
Ascenso y caída de la novela a manos de Luis Goytisolo
Luis
Goytisolo ha escrito Naturaleza de la
novela y la intención parece ser aclarar por qué ha dedicado su vida a escribir
novelas y no a otra cosa. Si fuera éste el objetivo podría reconocerse su afán para
concebir un ensayo que repasa la genealogía de la novela desde los primeros tiempos,
su fundación (paralela al nacimiento de la época moderna), los hitos, la nómina
de sus cultores y lo que aportaron éstos al género. Goytisolo no escatima
espacio para copiar fragmentos de los autores que a su juicio identifican cada momento,
aunque no deje de inquietarnos si su selección responde a método, gusto personal
o identidad de propósito alguno. Cita, sin más, escolásticamente, a novelistas de todo tiempo para corroborar que
un autor y otro han contribuido para hacer de la novela el rey de los géneros. A
pesar del dibujo grueso, el ensayo acierta en un hallazgo cardinal para entender
la novela desde el punto de vista de la lectura: ha sido la difusión vulgar de
la Biblia a partir del Renacimiento, la desacralización de su lectura en manos plebeyas
—no podría hablarse aún de masas—, lo
que permitió que el género despegara. A partir de las primeras impresiones de
la Biblia, los lectores se acostumbraron a oír historias próximas, cotidianas, como
lo exigía el nuevo género. Repetido generación tras generación el modo bíblico de
contar, el público de la novela quedó definido. Este secreto a voces es el
mayor hallazgo del libro de Goytisolo.
Sin
embargo, no dejo de pensar en la razón por la cual este libro ha sido escrito. Pienso
que no se ha propuesto para los otros, con el fin de entablar una discusión o construir
una idea, sino para dialogar consigo mismo, Goytisolo con Goytisolo. Nada censurable
a la hora de proponer una obra, pero sí una actitud que amerita distinta lectura,
una intimidad compartida con las divagaciones del escritor. ¿Lo consigue el
texto de Goytisolo? ¿Qué le preocupa en el fondo? Acaso la naturaleza de un
género que tanto esfuerzo personal le ha demandado, una carrera sellada con la enorme
novela Antagonía, su obra magna. Si
se trata de eso, Goytisolo actúa con genuina preocupación al sostener, en la
línea de Henry James, que el cambio en el entorno social puede colapsar un
género, aunque, a la par, no haga mucho por esconder su desasosiego ante el supuesto
declive de la edad de oro de la novela. Elocuente es su perplejidad frente a una
escena artística que quizá depare otras exigencias, la necesidad de nuevas formas
expresivas, la atención a un ritmo escasamente indulgente con lo que han sido los
valores esenciales de una forma de civilización, hoy en decadencia, de acuerdo
con Claudio Magris: la duración, la profundidad, la continuidad, la gran forma
épica. Acongojado, Goytisolo se toma la barbilla y se lamenta, el mundo se desploma
tras de él y con ello hace justicia a la pesadilla romántica más frecuentada
entre artistas, esto es, el sentimiento de fin de una era.
Encuentro
en la intención de Goytisolo un paralelismo con el ensayo de Mario Vargas Llosa
La civilización del espectáculo. Nos situamos
ante dos advertencias desde un punto de vista conservador acerca de la
desarticulación de una cultura que soportaba con mayor diligencia la expresión refinada
de un género, la novela, y exigía del lector mayor cultura y concentración,
cualidades ametralladas por la invasión efímera del mundo contemporáneo. Sin
embargo hay que trazar las diferencias. Preciso es reconocer en Vargas Llosa su
inquietud por el porvenir de la cultura más allá de la protección de un feudo en
cuyas fronteras se ejerce dominio. A Vargas Llosa le preocupa el destino de una
civilización en que las obras artísticas no puedan ser apreciadas en su justa
dimensión presas de la banalidad y el mercado y, también, la extinción de una
forma de concebir la realidad y el tiempo, autorreflexiva y consciente. En
Goytisolo la complicidad requerida para convertir un agobio personal en propio
alcanza apenas la conmiseración: el lector se cuestiona ante la seriedad
profesoral de quien se lamenta y toma nota de su escasa voluntad para aligerar
los conceptos, dudar o hacer fluir el pensamiento. Ahí arranca la necesidad de
comprobar paso a paso, el aserto de que la novela es el género que nació para
morir a inicios del siglo XXI. De ahí la necesidad de sumar pruebas en lugar de permitir que la
pluma ligue provocaciones y riesgos para
pensar un problema cuyo planteamiento parece justo como inquietud de una era:
la muerte de la novela. La falta de detalles, cierta ingenuidad y vaguedad en
la exposición, la carencia de matices y refinamiento en el pensar colocan al
autor en una encrucijada: un libro aparentemente pensado para dar cuenta de los
secretos de cómo la novela ha llegado a ser tal concluye como la antelación de un
réquiem. En el camino, el ensayo peca de arbitrario y generalista, las páginas
se gastan y el escritor parece acudir agotado al tramo final en el que pretende
librar su batalla más importante, nada más y nada menos que la extinción de un
género literario. Al aproximarse a la meta el desarrollo del ensayo es más
escueto, los ejemplos más amplios y el razonamiento menos trabajado. En el
cierre la intención parece diluirse y desnudar un volumen escrito en atención a
lo que originalmente sospechábamos, como una búsqueda personal aunque no como una
meditación más trascendente.
Sin
embargo, no creo que debamos ensañarnos con Naturaleza
de la novela. Es una lectura que esconde cierto interés aunque el producto
final presente debilidades, acaso más inquietantes en atención al nombre de su
autor y a tratarse de un ensayo honrado con uno de los premios más importantes para
el género. Quizá no sea muy convincente al persuadirnos sobre el nacimiento de la
novela como una nueva experiencia de lectura, tal vez porque su autor procede
sin vigor ni entusiasmo y no termina de explicarnos por qué ha sido esencial que
los lectores acepten como suyo el exclusivo e hipnótico territorio de la novela,
quizá sus bestias negras —el best seller,
las pantallas, las novelas neo-juveniles— sean molinos de viento y las comparaciones
de la literatura con artes como la arquitectura o la música pequen de desafortunadas
y hasta pueriles, quizá la omisión de los tipos de novela que menos han
contribuido a afianzar el género en su forma canónica, de Laurence Sterne al nouveau roman, refleje las limitaciones
de Goytisolo como pensador literario y exponga sus prejuicios, quizá todo ello
nos haga pensar que el volumen se asemeja al libro de un novelista temeroso y de
edad avanzada. El Vargas Llosa de La
civilización del espectáculo, por el contrario y pese a su recato, no ha escrito
su libro con temor, actitud que obedece a cierta intención y salud: pensar por
necesidad y no por apremio, proseguir en el camino del fracaso, el camino de todo
escritor.
A pesar
de todo hay en el libro de Goytisolo un mérito notorio: atreverse a reflexionar
sobre un tema frente al cual los novelistas, defensivamente, cierran filas. De
ello dan cuenta las numerosas entrevistas realizadas en España a raíz de la
publicación de este libro: novelistas de toda latitud concuerdan en sostener
que la novela es un género que todo lo puede, que todo lo asume y digiere con solvencia.
Supongo que aciertan, pruebas de ello no faltan: del Quijote a La montaña mágica, de
Tom Jones al Ulises, lo refinado y lo popular, lo épico y lo doméstico, la
meditación y el apunte de circunstancias, la introspección y las batallas de
exteriores, los otros géneros literarios, el cine o la publicidad, se han dado
cita en las páginas de cuantas novelas han sido escritas y esto nos ha llevado a
creer que el género es inexpugnable. No obstante: ¿desde cuándo y hasta cuándo?
Hace bien Goytisolo al recordar que los géneros literarios tienen fecha de
caducidad, que al parecer la novela no se ha renovado formalmente en nuestro
tiempo, resignada a aplicar fórmulas establecidas, hay que recordarlo ahora que
los tiempos parecen abocar al olvido y la casi imposibilidad de escribir historia
literaria. La epopeya duró lo que debía durar y desde esas épocas la letra ya
no es el sol sino el reflejo del sol. En esa edad hemos crecido y creo que en
ella seguimos viviendo. Si el sol ya no es la representación del sol, su
simulacro, es algo que será elucidado con el tiempo. En The future of the novel Henry James
escribió que “el
futuro de la novela está íntimamente ligado al futuro de la sociedad que la
produce y la consume”; copiado al carbón Luis Goytisolo escribe: “cuando una
determinada forma de expresión artística entra en conflicto con la evolución de
los hábitos sociales, su declive es cosa de tiempo”. Hay que tomar nota,
entonces, del entorno en que se desarrolla para atender al desafío de la
novela.
Si a
Goytisolo le ha hecho falta una perspectiva histórica y sociológica más amplia
para defender el aparente fin de la novela, si no ha impreso la suficiente
gravedad a la hora de derivar vaticinios y se ha dejado invadir por un miedo
que nunca conducirá a profecías certeras, si teme que la novela (y acaso la
literatura entera) se convierta en un reducto (asqueado al suponer que ensayos
y novelas serán objeto exclusivo de universitarios), a quienes lo cuestionan
por haber colocado sobre el tapete tema así de inquietante y no atienden al cambio
cultural del mundo contemporáneo y su amenaza sobre las formas del lenguaje
artístico, habría que recordarles que su reto tal vez resida en escuchar el
rumor del tiempo con más diligencia que cualquier otro, no vaya a ser que en el
futuro aguardemos a las puertas del exclusivo y secreto club de happy few cuya contraseña podría ser: “Aquí
se leen novelas. Solo novelas”. —
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