A partir de hoy copio artículos encontrados aquí y allá en la Red y los comento.
No necesitaba Volpi anunciarnos que "acababa de descargar en (su) Kindle horas después de haber sido publicada" la novela Sumisión, inducida a la polémica, de Michel Houllebecq (¿acaso porque de entrada no mereciera suficiente aprecio del lector Volpi?). Volpi da buena de cuenta de una trama pero no termina de decirnos si la caricatura es inferior a la sátira y si el autor Houllebecq ha fallado. La frase dirmiente del artículo es, curiosa y lamentablemente, la más oscura: "Sumisión es, en este sentido, la sumisión a un éxito que su
autor previó desde el inicio y que sólo la sangre de sus colegas ha
conseguido adulterar". ¿Qué diantres quiere decir con ello Volpi?
Lo que el autor de la nota no menciona --y puede develar un modo de pensar acaso demasiado ilustrado y paradójicamente racionalista a propósito del tema en cuestión-- es el azar inherente al hecho de que los sucesos de París, los asesinatos a los miembros de la redacción de Charlie Hebdo, fuesen objeto de la premonición de Houllebecq. ¿Houllebecq oráculo?
La mañana del 7 de enero me encontraba en el aeropuerto de Newark, a
punto de embarcar de vuelta a México, cuando comencé a leer Sumisión,
la nueva novela de Michel Houellebecq que acababa de descargar en mi
Kindle horas después de haber sido publicada. Justo cuando leía la cita
inicial de Joris-Karl Huysmans, el decadentista francés que la inspira,
presté atención al sonido de una de las pantallas en la sala de
abordaje. La reportera de CNN anunciaba que un grupo de encapuchados
había irrumpido en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo,
en París, y había asesinado a la mayor parte de sus redactores. Sólo
después de aterrizar en México conocería los detalles del acto
terrorista, entre ellos que la portada de Charlie Hebdo de esa semana se burlaba precisamente de Michel Houellebecq quien, como de costumbre desde la publicación de Las partículas elementalesen 1998, era motivo de un nuevo escándalo en el medio intelectual francés, en esta ocasión por su declarada “islamofobia”.
La conexión entre el tema central del número y el atentado queda aún
por esclarecerse —la revista había sido amenazada desde que en 2004
reprodujese las célebres caricaturas danesas sobre Mahoma, un personaje
que se volvería habitual en sus páginas—, pero no parece del todo
casual. Ambientada en 2022, Sumisión también es una suerte de
caricatura en la que un político musulmán, Mohamed ben Abbes, dirigente
de una ficticia Fraternidad Musulmana, llega a la presidencia de
Francia, imponiendo una serie de medidas —en particular, la poligamia—
que al cabo son aceptadas por el conjunto de sociedad francesa con
indiferencia, cuando no con discreto entusiasmo.
En su cubierta, Charlie Hebdo presentaba a un demacrado
Houellebecq (apenas más lamentable que en sus fotos recientes),
anunciando sus predicciones de futuro: “En 2015 pierdo los dientes. En
2022 hago Ramadán”. Una perla que, con la acidez característica del
medio, resume bastante bien la trama de Sumisión. Que el
escritor francés decidiese suspender la promoción de la novela esa misma
tarde para refugiarse en un innominado sitio en la campiña francesa
casi sonaría como una prolongación de la paranoia que alimenta su
ficción de no ser por la espantosa resonancia de la tragedia.
Mucho antes de que aparezca en español, un sinfín de comentaristas ya
se ha apresurado a ensalzar o denigrar la novela de Houellebecq, desde
quienes piensan que se trata de una obra oportunista y marrullera, hasta
quienes la defienden como un valeroso acto de libertad equiparable a
las virulentas caricaturas de Charlie Hebdo. En la
propia Francia, tan dada a estas aparatosas disputas intelectuales, los
bandos también se hallan bien diferenciados: de un lado quienes piensan
que, más allá de sus discutibles méritos literarios, Sumisión
es una pieza repugnante que “pone a Marine Le Pen en las puertas del
Elíseo”, y del otro quienes sostienen que, en su cuidada ambigüedad, se
trata de una sátira que, más que ensañarse con los musulmanes, se burla
de Francia en su conjunto.
François, una suerte de alter ego del autor, es un profesor
universitario que, tras una carrera como especialista de Huysmans, se
encuentra en un momento de decadencia o apatía. (Como la propia Francia:
igual que en las viñetas de Charlie Hebdo, la
sutileza aquí no es relevante). Harto de sus recurrentes aventuras con
sus alumnas, François por fin se ha enamorado, o al menos encariñado, de
Myriam, una joven judía —no podía ser de otro modo— que está loca por
él. En ese contexto, François describe el ambiente electoral, dominado
por la oposición entre la Fraternidad Musulmana y el Frente Nacional,
con el Partido Socialista y la UMP como residuos del pasado, y la
creciente sensación de peligro experimentada por los desplantes de los
integristas del “movimiento identitario”, es decir, de esas
organizaciones que, bajo el lema de “Francia para los franceses”, están
dispuestos a defender a los “indígenas” de la “colonización islámica”.
Aderezada con sus previsibles descripciones sexuales y las
meditaciones pesimistas o políticamente incorrectas que ya son marca de
la casa —en especial contra las mujeres—, Houellebecq hace que su
personaje apenas se dé cuenta de la victoria de Ben Abbes (aliado en la
segunda vuelta con el PS y la UMP) y de la brutal mutación que ello
acarrea. Temeroso de la violencia —que podría provenir de unos
extremistas u otros—, François huye de París y se refugia en Martel, un
pequeño poblado del suroeste nombrado así en memora del caudillo que
detuvo el avance árabe en el medioevo. Entretanto Myriam, cuya familia
teme quedarse en un país gobernado por un partido musulmán, ha emigrado a
Israel con sus padres. Deprimido y solo, François visita el santuario
de Rocamadour, ansioso de que su famosa Virgen Negra lo ilumine.
Por desgracia, la anhelada experiencia mística —paralela a la
conversión al catolicismo de Huysmans— no llega nunca y, cuando François
vuelve a París, encuentra a su patria transformada en un Estado
islámico. Aquí es donde la sátira deviene simple caricatura. Para llegar
al poder, Ben Abbes ha cedido los principales Ministerios a sus aliados
para quedarse con el único que importa: el de Educación. Gracias a
ello, las universidades francesas han pasado a ser islámicas, las
mujeres han perdido sus privilegios y acuden veladas a sus clases. Por
si fuera poco, el nuevo rector, un acomodaticio intelectual convertido
al islam, permite que sus profesores tomen tres o cuatro esposas de
entre las estudiantes. Poco le preocupa a Houellebecq la inverosimilitud
del planteamiento: su intención, más cercana a Kafka que a la
ciencia-ficción, es colocarnos de pronto frente a un sistema totalitario
y absurdo, pero que apenas se distingue de lugares como Arabia Saudí.
A diferencia de lo que ocurría en Las partículas elementales o incluso en El mapa y el territorio,
la novela se mueve en un terreno voluntariamente pedestre. Más que una fantasía política, Sumisión
se revela como una grotesca burla de la Francia socialdemócrata de
nuestros días, y por extensión de Europa. Un continente que, como
predijo Nietzsche, ha perdido toda su fuerza justo por haber renunciado a
la religión y haberse decantado por los valores facilones, femeninos,
de la democracia liberal (una sombra, en cualquier caso, de la bestia
negra de Houellebecq: la Ilustración). En este contexto, sólo el islam
parecería tener la energía suficiente para arrancar a Francia del
marasmo, así sea al precio de renunciar sus valores más queridos (en
especial, la igualdad).
Uno dudaría que un musulmán pudiese encontrar en esta farsa un solo
argumento para sentirse vejado —pero si unas simples caricaturas fueron
capaces de desatar semejante descarga de ira, quizás Houellebecq tuvo
razón en esconderse en la Francia profunda, como su personaje—. Mucha
más razón para indignarse tendrían las mujeres, que no tienen aquí otra
función que la de objetos sexuales (como Myriam) o esposas (en el nuevo
régimen machista y polígamo). Lo más relevante del libro son, en todo
caso, las especulaciones sobre el reacomodamiento político previo a la
victoria de Ben Abbes, en las que Houellebecq destaza por igual a la
izquierda, la derecha y la ultraderecha de Marine Le Pen.
En un plano íntimo, Sumisión se presenta como el itinerario
de una conversión fallida: François nunca será Huysmans, sino apenas
otro oportunista en una Francia que hoy, no en 2022, disfruta de la
sumisión a sus hipócritas valores burgueses. Lo que quizás se le escape a
Houellebecq es que, al contentarse con una sátira de trazos gruesos,
con una caricatura de los miedos de su época —incluida la islamofobia—,
él ha seguido el ejemplo de François y tampoco ha logrado escapar a su
cómodo papel de provocador. Sumisión es, en este sentido, la
sumisión a un éxito que su autor previó desde el inicio y que sólo la
sangre de sus colegas ha conseguido adulterar.
http://elpais.com/elpais/2015/01/14/opinion/1421240807_797267.html
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