Monday, June 01, 2015

No hay amor que derribe a Bryan Ferry de Diego A. Manrique (tomado de El País, España).

No se reserva su resentimiento el señor Manrique, pero lo hace con tal gracia y talento que no queda más que sacarse el sombrero. El damnificado —de la pluma de monsieur Manrique— es el mismo Bryan Ferry del cuento por quien en el fondo —y no tanto en el fondo— parece guardar cierta antipatía el articulista acaso por la imagen de romántico incurable del músico inglés o por lo que en España podría denominarse una anticuada fantasía para viejos pijos. Sea cómo fuere, en los amores B. F. parece siempre caer de pie aunque sufra. Y, como dice Manrique, aunque él sea el damnificado.  

La boda del excantante de Roxy Music, de 66 años, con una antigua novia de su hijo a la que dobla la edad pone de relieve un carácter seductor a prueba de bombas. Es el último episodio sentimental de un mito vivo al que poco le importa la corrección política

DIEGO A. MANRIQUE

Lo último que Bryan Ferry (1946) necesita son más controversias, polémicas, escándalos. Así que ha sido hábil a la hora de casarse con alguien a quien dobla en edad. Primero, retiró a la novia, Amanda Sheppard, de su puesto en una empresa de relaciones publicas. El 4 de enero se celebró la ceremonia en una remota isla británica, junto al Caribe. Finalmente, se anunció el hecho consumado.

Es la segunda boda para el fundador de Roxy Music, pero ahora el morbo radicaba en que la nueva Mrs. Ferry fue acompañante fugaz de su hijo, Isaac, allá por 2005. El asunto se trató en una reunión familiar y no hubo objeciones. Los hijos de Bryan lamentaban que su progenitor fuera rodando de novia en novia tras romper con su madre, Lucy Helmore. Ya fue bastante duro el divorcio, motivado por un desliz de Lucy; salieron a relucir temporadas de enganche del cantante al alcohol y la coca. El acuerdo final dejó un apreciable vacío en la cuenta corriente del vocalista: Lucy consiguió 10 millones de libras.

Los cuatro chicos Ferry hacen piña con el padre. Los pequeños, Merlín y Tara, son músicos y tocaron en Olympia, último álbum paterno. Los mayores, Otis e Isaac, se implicaron a fondo en las campañas de la Countryside Alliance, asociación de campesinos y latifundistas que combatía la prohibición de la caza del zorro, que creían motivada por obscuros resentimientos sociales. Isaac fue expulsado temporalmente de Eton por mandar correos amenazadores y Otis, amante de las protestas ruidosas, fue detenido en varias ocasiones, pasando finalmente cuatro meses y medio en la cárcel.

Aun sabiendo que era políticamente incorrecto, Bryan apoyó a sus dos hijos revoltosos. Cualquier simpatía residual que le quedaba por el laborismo se desvaneció con la condena a Otis; al poco, declaró su respaldo a los tories y, especialmente, a David Cameron. El pasado año remachó su deriva conservadora al actuar en un mitin de Letizia Moratti, la candidata (fracasada) de Berlusconi para la alcaldía de Milán.

En Inglaterra, Bryan Ferry es el prototipo del desclasado. Hijo de un granjero que criaba ponis para las minas de carbón, está integrado plenamente en la alta sociedad londinense. Así que muchos se la guardan. Las broncas de Otis le costaron muchas simpatías y hubo un encarnizamiento al reproducirse un fragmento de una entrevista con un periódico alemán, donde Ferry declaraba su admiración por la iconografía nazi, tal como se presentaba en las películas de Leni Riefenstahl. Un arte en absoluto inocente, según Susan Sontag, pero estéticamente defendible. El vocalista debió emitir un comunicado negando cualquier sintonía ideológica con el nacioalsocialismo. El asunto le costó un contrato con la cadena Marks and Spencer.

Pero Bryan Ferry también despierta afectos. Y no solo entre los que asisten a fiestas en su exquisita mansión de Londres, residencia que incluye un estudio ultraprofesional en el sótano. Después de todo, fue propiciador involuntario de una de las más famosas uniones del rock. Entre 1975 y 1977, Ferry desarrolló una relación intensa con Jerry Hall, la belleza tejana que aparecía en la portada de Siren, el quinto elepé de Roxy Music, y en varios de sus vídeos.

Bryan tenía un historial de seducir a las cover girls de sus discos pero esta vez aseguraba ir en serio. Se empeñó en culturizarla, haciéndole listas de libros de lectura obligada. Jerry también pasó por un cursillo acelerado de etiqueta británica para transformarse en una lady. ¡Terminantemente prohibido que bebiera tequila!

Hasta que surgió el depredador: Mick Jagger. Fue una jugada maestra: invitó a la pareja a un concierto de los Stones en Londres. En la fiesta posterior, Jagger flirteó abiertamente con Jerry, ante el desconcierto de Ferry y las risitas de los que conocían esas tácticas. Unos meses después, aprovechando una ausencia de Bryan, Mick y Jerry intimaban tras una cena convocada por el fotógrafo Francesco Scavullo. El tándem generó cuatro hijos y duró veintidós años.

A los ojos del mundo, Bryan Ferry fue visto como el damnificado. En verdad, no se portó muy elegantemente: se quedó con las posesiones que Jerry dejó en su casa, incluyendo la ropa. Y se presentó como la víctima en varias canciones de su posterior disco en solitario, The bride stripped bare. Muchos años después, todavía respondía con canciones alos comentarios de Hall en su libro autobiográfico, Tall tales. El argumento de ella: tampoco Bryan era fiel durante sus giras.

Los detractores de Jagger insisten en que considera las mujeres poco más que como trofeos para colgar en las paredes. Por el contrario, Ferry pertenece al modelo romántico. Sufre. Sufre mucho y públicamente. Ahora se permite sonreír.

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