Soy un cobarde. Siempre lo he sido y ahora es tarde para cambiar, un intento fallido. Ser cobarde no es lo que se piensa, no es ocultarse tras las paredes, escurrirse por la alfombra, ladear el sombrero para que el ala oculte la pobreza, la fealdad o el desatino. Un cobarde puede, fácilmente, respirar a la luz pública, moverse en las calles, tomar una máquina y vapulear a un inocente. Un cobarde puede dejar que el sol bañe su frente, desvanecerse en la multitud, hacerse pasar por bueno. Un cobarde puede olvidar que es cobarde, fortalecerse en su debilidad y afilar las garras, puede engatusar, manipular, labrar su entorno como quien edifica una morada nueva, una casa, como quien trama su ratonera.
Han de saber que un cobarde detesta a partes iguales la soledad y el ridículo, que teme por igual —las manos crispadas y el sueño entrecortado— la batalla y las batallas movidas por las discrepancias. Es el dueño de la armonía, el amo de la quietud, capricho en que conjuga su realidad. Es, en consecuencia, un presente, la inmovilidad, la piedra. Tipos así somos principio y fin de nuestro territorio, somos, los cobardes, la gran excepción.
Condición indispensable del cobarde nuestra debilidad, la inseguridad y blandura de nuestros corazones, condición indispensable no decidir, dudar, temblar. Emprender podemos aunque nunca nos sentiremos responsables, caminamos sin mutar, sin evolucionar, dudamos de la duda como el hombre de honor teme a la decisión injusta, porque para los dubitativos la justicia empieza y termina en su propia cabeza.
Caprichoso, demiurgo, juez, el cobarde talla el mundo, lo amolda sin domeñarlo, le otorga la curva de su mano como el guante se adhiere a unos dedos, sin misericordia, sin resignación. El cobarde es el peor realista, es el fantasioso, el conspirador, el tallador que interpreta al diplomático, al manipulador, al persuasivo encantador de serpientes. Encantador: encantador casi siempre entraña cobardía.
Distancia y mofa, piel fría, tacto nervioso, ligereza aparente, andar sinuoso, identifican al cobarde. Podría ser, amigablemente, quien vive a la vera de un fantasma o aquel atrapado en la red de un defecto. Aunque cabe corregir y mencionar que quizá se proyecte una sombra en su hábitat, que podemos identificarlo si abrimos bien los ojos: la oscuridad de su conciencia, bajo la que actúa, lo engaña cuando él pretende engañar al resto.
Heme aquí, un cobarde. Yo, el cobarde. —
1 comment:
saludos francisco,una sorpresa encontrar este blog, visita el mío
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