Sunday, November 25, 2012
Friday, November 23, 2012
El significado del significado
A medida que la vida obliga a ocuparnos en algo y con el paso del tiempo descubrimos, aprendemos, dominamos y nos aburrimos con el manejo de la técnica inherente a ese algo, a medida que la vida camina y nos deslumbran las posibilidades de nuestra interpretación e inteligencia, las artimañas que ejercemos para salvar los días y ejercer el oficio al que hemos sido condenados y que por momentos nos revela que somos cautivos de la vanidad y el amor propio, a medida que aprendemos los rudimentos de la supervivencia refinada y moderna y una voz interior que nos empeñamos en aplacar y acallar, se afana en hablar de lo inoficioso de las acciones ejercidas por la fuerza de la costumbre, lo mecánico de urdir causas torpes para obtener efectos mínimos y con ello complacernos en triunfos efímeros (efectos químicos por completo predecibles, controlados, nada sorprendentes), de lo reglamentario que deseamos pasar por extraordinario, de lo reflejo que puede resultar a nuestros ojos múltiple, a medida que ello ocurre el tiempo pasa y hallamos, casi por defecto, lo que los hombres llaman experiencia.
Enfrentar una intriga política, por ejemplo. ¿Qué es, si no, más que tratar de pensar como pensaría el otro, en su estulticia más abyecta o en su más primitiva y patética vanidad? ¿Qué es, si no, más que pensar en una respuesta en torno al interés —¿la petición?: más espejos, más dinero, más yo— que preserve al protagonista limpio y a salvo de los otros, huérfano de la amistad y apartado en la silla, aunque lo que a gritos pidiese cuando niño, fuera disfrutar de los juegos de los otros y los oídos de al menos uno? Proseguir en la actividad de los días es demostrar que esa voz íntima —la verdad—, aunque obstinada e incómoda nos conduce a saber que lo monótono escolta a la vida y lo fútil marca el compás de su vaivén atonal. Seguir en los días del esfuerzo involucra intuir que aprender más no es saber más, que acumular desenvoltura en cualquier rutina no aclara sino que ensombrece el enfrentamiento con el significado. ¿Y qué puede ser, cuál es el significado del significado? Algo que quizá se oculte en nuestras arrugas y nuestro cansancio, algo que quizá duerma en medio de la paja del tiempo derrotado, algo que tal vez nos lleve a pensar en la potencia derrochada y en el esfuerzo sin fin. Quizá ahí, en ese apacible horror, resida el significado del significado.
Enfrentar una intriga política, por ejemplo. ¿Qué es, si no, más que tratar de pensar como pensaría el otro, en su estulticia más abyecta o en su más primitiva y patética vanidad? ¿Qué es, si no, más que pensar en una respuesta en torno al interés —¿la petición?: más espejos, más dinero, más yo— que preserve al protagonista limpio y a salvo de los otros, huérfano de la amistad y apartado en la silla, aunque lo que a gritos pidiese cuando niño, fuera disfrutar de los juegos de los otros y los oídos de al menos uno? Proseguir en la actividad de los días es demostrar que esa voz íntima —la verdad—, aunque obstinada e incómoda nos conduce a saber que lo monótono escolta a la vida y lo fútil marca el compás de su vaivén atonal. Seguir en los días del esfuerzo involucra intuir que aprender más no es saber más, que acumular desenvoltura en cualquier rutina no aclara sino que ensombrece el enfrentamiento con el significado. ¿Y qué puede ser, cuál es el significado del significado? Algo que quizá se oculte en nuestras arrugas y nuestro cansancio, algo que quizá duerma en medio de la paja del tiempo derrotado, algo que tal vez nos lleve a pensar en la potencia derrochada y en el esfuerzo sin fin. Quizá ahí, en ese apacible horror, resida el significado del significado.
Thursday, November 22, 2012
El buen teatro
Estas hospederías-teatro estaban situadas en la orilla derecha del Támesis, por entonces totalmente silvestre, a dos pasos del puerto. Y el público estaba mayoritariamente compuesto por marineros y braceros, por taberneros y mujeres de mal vivir. Ser director de un teatro equivalía entonces a ser una mezcla de propietario de prostíbulo y de capo de mafia. Todos los marineros eran, o habían sido recientemente, piratas. Eran los que habían saqueado Cádiz, los que habían degollado a los españoles de la Armada que habían sido arrojados por un temporal a las costas de Irlanda, los que pocos meses antes de cada representación habían perpetrado los más innobles horrores en las colonias españolas de América Central. Magníficos especímenes de aventurero, sin sombra de prejuicios, sin la idea de una educación y que sin atisbo de miedo lanzaban un cuchillo a la más mínima provocación. En 1597, precisamente el año del Enrique V y del Julio César, se produjeron en los dos teatros de Londres nueve homicidios por altercados. Casi todas las representaciones eran precedidas por la matanza de una ternera en escena, llevada a cabo por un actor, escena de sangre de la que el público era especialmente voraz. El desenfreno sexual no tenía límites y los acoplamientos se producían en plena platea. Cuando un artista o un drama no gustaba no se contentaban con desaprobar con la voz, sino que se lanzaban a escena carroñas de perros y gatos, ratas muertas (esas grandes ratas del puerto de Londres) o, benévolamente, huevos y fruta podrida.
Los gentileshombres y otras personas de bien frecuentaban los teatros, pero con el mismo espíritu con el que iban al burdel, y siempre acompañados por criados armados. Si de verdad querían escuchar un drama, la reina y los lores hacían que se lo representaran en palacio.
No era tanto teatro de pueblo como de plebe, no tanto de plebe como de mala vida.
No hay que olvidarse de todo esto pues ayudará a justificar y perdonar las intemperancias y los horrores de muchos dramas isabelinos, la grosería de muchas escenas, también de Shakespeare, y las burlas vulgares e insoportables de casi todos los clowns. La mixtura de lo cómico más brutal con el drama más elevado fue una necesidad económica y social del teatro inglés (y el español) de esos tiempos. Y ha resultado ser una gran paradoja que esta mezcla fuera aceptada por los románticos como canon artístico y que se intentara imponer a los públicos bien educados de Francia y Alemania que ya habían pasado por la civilización del XVII y el XVIII. En Inglaterra, de hecho, donde se lo sabían por una experiencia más larga, esa aventura ni siquiera se intentó; y en cualquier caso, fracasó en todas partes.
Los gentileshombres y otras personas de bien frecuentaban los teatros, pero con el mismo espíritu con el que iban al burdel, y siempre acompañados por criados armados. Si de verdad querían escuchar un drama, la reina y los lores hacían que se lo representaran en palacio.
No era tanto teatro de pueblo como de plebe, no tanto de plebe como de mala vida.
No hay que olvidarse de todo esto pues ayudará a justificar y perdonar las intemperancias y los horrores de muchos dramas isabelinos, la grosería de muchas escenas, también de Shakespeare, y las burlas vulgares e insoportables de casi todos los clowns. La mixtura de lo cómico más brutal con el drama más elevado fue una necesidad económica y social del teatro inglés (y el español) de esos tiempos. Y ha resultado ser una gran paradoja que esta mezcla fuera aceptada por los románticos como canon artístico y que se intentara imponer a los públicos bien educados de Francia y Alemania que ya habían pasado por la civilización del XVII y el XVIII. En Inglaterra, de hecho, donde se lo sabían por una experiencia más larga, esa aventura ni siquiera se intentó; y en cualquier caso, fracasó en todas partes.
Lampedusa sobre Shakespeare
Saturday, November 17, 2012
Saturday, November 10, 2012
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