Thursday, January 03, 2008

YO, FRANCO: Los mudos


—La música nunca nos conducirá a la verdad, no es ese su propósito: la música nos apartará, nos alejará, nos extrañará. Detenernos y escucharla es anular la vida, el flujo de la sangre, la vejez de la carne. Oírla es dar la espalda a la vida, abrir la puerta a nuestra antigüedad.

Quien habla no es otro que Daniel, melómano y frustrado, solitario. Daniel habita, cómo explicarlo… un eterno carmesí. Ahora retira delicadamente el extraño Remain in Light con esa canción aún más rara, Listening Wind, pero se la lleva en la cabeza y añora el viento sobre el césped, su paz de sepelio, las inglesas hojas. Daniel nunca ha salido de casa, nunca ha viajado, nunca ha vivido.

El carmesí.

Sobre la repisa apila los álbumes de cantantes franceses e ingleses y las sinfonías de algunos maestros. Algo místico ocurre cada vez que retira el celofán y coloca el vinilo en el tocadiscos, algo religioso, individual e inhumano, algo metálico y plástico. Nunca llegaré a una satisfactoria conclusión sobre qué es.

Daniel encerrado en su estudio en La Floresta escucha la lluvia ligera y una bocina algo afónica mientras The Overload azota los postigos. De pronto una imagen: en el punto de partida el hombre, en la tiza de llegada la belleza y Daniel corre agobiado por el disparo. En el aire se disgregan las notas agolpadas, furtivas, abarrotadas de su cabeza. Si Daniel escribiese, cada lugar sería una palabra, un episodio. Pero en él hay notas y silencios: —La música es la forma que resguarda el silencio, la cerca que lo protege de la invasión del sonido—. O ésta: —la música es la forma de la forma—. La mente de Daniel.

Daniel camina a la repisa: Mahler aparejado de Oldfield, Tchaikovski cerca de Gilmour, Yves Montand en Syracuse, Grace Jones en Libertango, la cerveza derramada sobre la mesa esponja los recortes de periódico, los anuncios de las revistas, los libros, sus lomos. La belleza persiste estática al final de la pista recortada sobre el horizonte amarillo. El muchacho corre como la liebre que huye de su escopeta. En sus patas, manchas de sonido.

La música es la forma de la forma. Una mañana salpicada por diminutas y húmedas gotas de niebla encuentro a Daniel en la puerta de mi casa. Su rostro pecoso filtra el sudor caliente que resbala de su frente. Ahora lo sorprendo: abandonó la palabra a mejor tiempo, se ha quedado mudo. Me mira con sus ojos de ardilla, la boca abierta como si hubiese engullido una pelota de golf, la boca de lobo sin ruido. Lo rodeo, lo sacudo con fuerza, lo abofeteo. Él me reconoce con sus lánguidos e imbéciles ojos. El mudo.

La música es la música es la música.

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