Friday, August 01, 2008

David Lynch: El verdugo en el subterráneo


Me miras. Me descubres observándote al interior de una estancia que podría ser la habitación de un motel aunque la puerta de pino a tus espaldas, cerrada, confiere algo de intimidad a esta cita. Azules los ojos, azul el hielo en los ojos hundidos y tal vez cansados, me traspasa como el picahielo que zanja mi globo ocular. En medio de los ojos exploro una grieta, el gran cañón que separa las dos esferas, el mal y el bien, la vida y la muerte, la locura y el loco, el ceño fruncido donde se alojan y descansan los gusanos en sus capullos. La tierra es roja, campos de arcilla tatuados por sementeras bañadas en los surtidores del sol de Montana, la tierra que se extiende hasta el despertar de los cabellos grises liados como una cebolla de plata endemoniada o una antena conectada con los ruidos horribles del espacio exterior que por las noches se quejan, pi, pi, pi, pi. Tus cejas son matorrales, David Lynch, matorrales en los que se refugian a la sombra las alimañas y los insectos de desierto, las salamandras y las lagartijas, el monstruo de gila, los chinches, y por la nariz recta y seca, descienden hasta encontrar el mentón recio y amplio, las mejillas, el cogote, alfombrados de barba de fierro, estacas sumergiéndose en la arcilla hasta clavar y sangrar el corazón de una hembra con las piernas abiertas, follada sobre las sábanas manchadas de salsa BBQ del motel con puerta de pino clausurada y anuncio de neón sobre el tejado. El botón de la chaqueta cerrado te previene de las invasiones del ruido sideral y de los bichos de la Vía Láctea saltando en la sartén. Me miras David Lynch, con las manos sabiamente cruzadas sobre la mesa, me descubres observándote y me refugio entre las ramas. La mujer follada toca a la puerta, lo sé, es ella, nuestra compañía sagrada de esta noche. Es.

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