Bajo el sol del Cantábrico un antiguo ferry se mueve serenamente. Es la ría del Vigo, España del norte. Los pasajeros levantan la mirada para recibir la luz y el calor. Pero este ni el resto de días habrá mucha luz. Así se abre Los lunes al sol (1992), tercera película del joven Fernando León de Aranoa, director de dos largometrajes (Familia, 1996, Barrio, 1998), sólido autor de guiones (Fausto 5.0., La espalda de Dios, La gran vida, La ley de Herodes, La guerrilla de la memoria), gran detallista. Esto último queda registrado en Los lunes, magistral pieza de casi dos horas de fatal y humana duración. La historia es una fábula moral acerca de un grupo de hombres en paro que sobrellevan sus existencias entre la pobreza, la desesperación y la desdicha. Sin embargo, la película concede a estos personajes una raigambre moral tan compleja que ninguno muestra rasgo alguno de maniqueísmo o doblez: son seres humanos afectados por el despido masivo del astillero en que trabajaban y, hoy en día, enfrentan los días con paciencia, desgano, estoicismo y fracaso. La realidad es para ellos amargura, inquietud, contemplación, inseguridad y tragedia, completo abanico de sinsabor y derrota.
Los créditos de la película corren mientras observamos imágenes reales del enfrentamiento entre obreros de la Naval de Gijón contra las fuerzas antidisturbios. Se diría que se trata de una película de enfrentamiento político, de revuelta popular o toma de conciencia. Pero el verdadero comienzo nos da una pista clara de la anécdota: es una historia que transcurre como el eterno domingo en que se han convertido los días de sus personajes, Santa, José, Lino, Ana, Amador, Sergei, Reina, Rico, el grupo de parados, y Nata, la adolescente hija de Rico. El protagonista es Santa, un enorme Javier Bardem —el actor español más grande de su generación— que luce una panza cuadrada, barba negra y poblada, un perpetuo jersey de punto y cuarenta años de más. Santa es de “enfado fácil, de mano atenta, compañera, es camino recto” como lo ha descrito el director de la película, hombre que no se allana a las razones de su despido y navega indiferente entre esquina y esquina. Santa sostiene la sonrisa del espectador a lo largo del filme y es el centro de las más entrañables y dramáticas situaciones de Los Lunes. Procesado por haber roto la bombilla de una calzada, será derrotado en los tribunales pero nunca en su ley: siempre habrá otro foco con quien vengarse. Él y los demás personajes se reúnen en el bar de Rico —solo él, “rico” —, único que invirtió su indemnización con suerte; los otros se la han gastado ya o están por hacerlo, ninguno tiene empleo fijo y sus existencias se oscurecen día tras día. El suicidio, el abandono y la muerte planean siempre sobre estas cabezas.
Pero el tratamiento del filme es delicado y tierno, una pluma compasiva, valerosa y realista. En los momentos más dolorosos, por ejemplo —la lenta revelación de la morada de Amador o la corrida del tinte de cabello de Lino-—, la cámara es morosa y recoge con paciencia e infinita compasión la amargura del desempleo. Como contrapunto, una ninfa en flor, Nata, concede a la película una nota vivaz y traviesa, un soplo de vida ligero en su coqueteo con Santa, en su voz, su mirada y su fiesta. Pero los lunes los seres caen derrotados, abiertas sus heridas, demolidos por el plomo del ocaso, la soledad y la tristeza. El personaje del filme no es uno, es un personaje colectivo que lacera a cada toma y abre en el espectador una herida entre pecho y estómago. Son notas similares a las de un drama literario —Moravia, Hamsun—, recitado en clave coral como corresponde a una historia social. A eso contribuye su excelentísimo cast actoral, con nombres tan de recordación permanente, como el de Luis Tosar en el papel de José —la cara más seca y lastimera del filme—; José Ángel Egido, “Lino Ribas”, eterna sombra en la sala de espera de las agencias de empleo; Nieve de Medina, nocturna nieve que empaca el pescado que otros comen; Celso Bugallo, el menos amado de los Amadores del cine; o Aída Folch, una pícara Nata que canta —¿felicidad y futuro?—: dónde está nuestro error sin solución/ que difícil es pedir perdón/ ni tú ni nadie, nadie, puede cambiarme.
Estos lunes nos recuerdan antiguos y aciagos domingos, I Vitelloni (Federico Fellini, 1953), I Compagni (Mario Monicelli, 1963), indudablemente desesperanzados aunque razonablemente concientes. Los lunes nos recuerda que Jean-Luc Godard prevenía sobre hacer filmes políticos: lo que se necesita, decía, son filmes realizados de manera política. En tiempos malos para la conciencia, lo social y lo político, Fernando León de Aranoa ha rodado un filme de manera política, sin moralejas, sin maniqueísmos. En conjunción artística con su guionista, Ignacio del Moral, y de Lucio Godoy, autor de una bella y descriptiva música, ha realizado un filme sobre seres humanos que sufren y resisten como en una novela de Dostoievski.
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