Thursday, April 03, 2008

YO, FRANCO. Híbridos


—Bienvenido a tu parque de atracciones —está diciendo Franco mientras cepilla la grupa de un camello descolorido.
—¿Qué novedades tienes? —increpa Mickey Rooney desprendiéndose del bombín con una mano y sosteniendo en la otra un bastoncillo.
—El hombre bala, la mujer barbuda, el alambre, los payasos…
—Novedades, dije —enfatiza el señor Rooney.
—¿Quieres saber? ¿En serio? —responde Franco.
—Déjate de tonterías y dispara.
Franco abandona el cepillo sobre una banca de patas de zancudo y se sube los tirantes. Camina con Rooney a sus espaldas regocijado con el sonido de los pasos sobre el aserrín. La carpa es vieja y descolorida, dejan atrás bestias asmáticas, víboras viejas y leones pulguientos.
—Oye, pasa por aquí, con cuidado.
Rooney atraviesa una puerta pequeña cuyo cierre ha descorrido Franco. Es una especie de pasadizo abierto en una de las panzas de la carpa.
—Señor Rooney: ¡el tesoro más preciado de esta gira!
Cada uno ha sido colocado dentro de una jaula angosta y alta con las rejas pintadas de blanco. Dentro, la misma banca donde Franco dejó el cepillo. Algunos clavan los tacos en el aserrín, otros bambolean las piernas, unos terceros con las rodillas un poco dobladas descansan los talones en las barras de la banca. Rooney observa detenidamente los pantalones de lana, los botines de gamuza y los calcetines idénticos. Ha escogido sujetos de la misma complexión, de piernas largas sin músculos pero no lánguidas, solo piernas luengas y delgadas, al borde de estar enfermas. También portan iguales blusones de algodón, holgados y con una cordel que atraviesa los seis ojales del cuello. Una blusa a lo Balzac. A diferencia de las piernas el tórax es amplio, generoso, algo femenino. Rooney los cuenta. Son nueve.
—Y… ¿hablan?
—¡Ese es el espectáculo, Mickey!
Casi de inmediato, el primero gasta una broma secundada por el segundo y festejada por el tercero, hasta que el nido de la carpa se convierte en un laberinto de voces. Los ecos se proyectan en infinitos espejos de sonido. Cuando el ruido se apaga, Mickey se acerca uno por uno y los contempla de arriba abajo. Las cabezas de James Whale, Eric Von Stroheim, Joseph Von Sternberg, Lon Chaney, Peter Lorre, Franz Kafka, Orson Welles, Lionel Atwill y Boris Karloff, decapitadas y cosidas con hilo basto y puntadas groseras en los cuerpos reproducidos en serie. Mientras mira el rostro huesudo de Boris Karloff y es absorbido por sus ojos, Rooney desaloja una pregunta por la comisura de sus labios, como en el cine:
—Y los cuerpos, ¿de quiénes son?
—Ministros, Mickey, ministros.
—¿Ministros?
—Funcionarios públicos. Les hicimos morir de hambre, literalmente de hambre, ji, ji, y luego... Este es el resultado.
Mickey se sienta en el piso, descansa su espalda en un poste y cierra los ojos. Economía de guerra. Subsistencia. Ministros. Ministros. —

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