Diego Cornejo Menacho, Miércoles y estiércoles, Alfaguara, Quito, 2008, 135 pp.
Encrucijada riesgosa para un autor es dar con el tono y el género que demanda la materia novelesca, la mayoría sufre en el camino tropiezos dictados por la inexperiencia, la egolatría, la ambición ciega y la ausencia de sentido literario. No es éste el caso de Miércoles y estiércoles, segunda novela de Diego Cornejo Menacho (Quito, 1949), autor que ha ubicado su punto intermedio escarbando en el arsenal de la novela negra y el thriller. La observación del género, necesaria, refiere solo una arista de este libro pues el proyecto rebasa sus límites hasta bordear los desafíos de escritura de una novela más ambiciosa que recrea episodios conocidos de la crónica política y policial del Ecuador —el caso de la desaparición de dos jóvenes hermanos, Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo, a manos de la policía, suceso acaecido un par de décadas ha, bajo una atmósfera de represión política que desató un intenso cuestionamiento de los métodos policiales y los procedimientos del Estado. La ambición es notoria en las voces múltiples y en la reflexión del narrador que desmadeja la intriga y permite asomarnos a la historia. En medio, los personajes están vivos, los diálogos son creíbles, las cavilaciones intensas, la trama hábilmente tejida; Cornejo acumula sus puntos con imaginación y talento, con buen dominio y manejo de la técnica, algo que es imposible desdeñar en el contexto de una literatura, la ecuatoriana, más bien descuidada en torno a estos conceptos. El libro se aproxima a la demanda del lector por un producto exento de esnobismo, ingenuidad y lugares comunes que lo atrape en la mesa de novedades por sus virtudes emotivas, seductoras y por conducir a la reflexión.
Sin embargo, Miércoles y estiércoles es presa de sus virtudes en la medida que persigue y alcanza sus ambiciones con aplicación. Echar mano de la novela negra, el thriller y sus formas supone, como lo sabe el autor, discutir una perspectiva ética, evidenciar mediante la armazón novelesca la naturaleza moral en la cual se escenifican los hechos. A este respecto, es didáctico el autor a la hora de disponer claves a lo largo de la novela para conseguirlo: por ejemplo, con el fin de persuadir sobre la conciencia de los personajes, concede la palabra a su flujo interior bajo la forma de monólogos que al inicio escuchamos deslumbrados, comprometidos a la vuelta, prevenidos más tarde, crasamente advertidos al final: un autor que motivado moralmente ha dispuesto los monólogos al final de cada capítulo con el fin de asomarse al corazón de sus personajes, descubre estéticamente el truco y lo malogra. ¿A qué obedece el didactismo? A que el autor confía en los recursos el soporte moral de la obra. No basta que el autor ironice sobre la condición moral de sus personajes —la “institución policial”, por ejemplo—, sino que desconcierten ellos en su virtud o vicio a través de los sucesos y de las palabras, que el autor escriba moralmente cada página. Cornejo lo consigue a través de los hechos, apunta, dispara bien, pero no logra exponer una perspectiva de autor sobre la naturaleza del bien y del mal más allá de los móviles de sus personajes. Hay método, curiosidad, inquietud, pero no arrojo para ir más allá de la forma del thriller y sus métodos y transgredirlos. Ocurre que Cornejo supone que transigir frente a los juegos de sospecha del policial no le permitirá cuajar el trasfondo moral que desea dar a su novela, prefiere hacer uso de la intriga del thriller y confiar a otros mecanismos narrativos la problemática moral. Equivoca su estrategia: en ambos casos enfrentar la definición del entorno ético de una obra no implica barajar métodos y seleccionar aquel conjeturado como el más neutral, si no permitir que la estética del libro dispuesta en su estructura, en los personajes y en el tiempo consume el universo moral del autor.
Aplicado en el trabajo técnico, Cornejo busca dar verosimilitud a lo narrado. Alcanzar esa verosimilitud tiene su precio y el autor lo paga. Acuña una conciencia de lo coloquial a partir de la voz de sus personajes, de sus modos de habla y sus giros. Enfrenta nuevamente el dilema ético como un problema técnico, y, en su trayecto, engolosinado en los hallazgos de la voz popular, pierde por momentos de vista que lo coloquial está al servicio de una estructura mayor, la voz narrativa, a quien debe servir y no a la inversa. La frase hecha, el refrán, el lugar común, a la vez que enseñan disipan, a la vez que comentan alienan. Aunque tienta una disyuntiva ética, Cornejo concibe el recurso por conciencia, la amenidad en el contar (aunque ésta sea introspectiva o dramática) por perspectiva, el enfoque vario por polifonía. Quizá esto muestre que se trata de un escritor moralista antes que de un autor moral, un autor de queja antes que un autor de conciencia.
Concluyamos con una posibilidad: Miércoles y estiércoles, novela de título nada eufónico aunque trabajo notable, deberá ser vencida. No porque fracase: el resultado es seductor, emocionante, reflexivo. Deberá ser vencida en la siguiente novela de su autor bajo una perspectiva de conciencia, como un fresco de correspondencias éticas cual es la novela concebida como un género de arte. —
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