1
Puesto a escoger una niñez ésta tendría que ser Italia, la hija de Roma. ¿Por qué Italia, preguntarán? De Italia viene la madre, de Italia la fatalidad, de ella el sarampión del pícaro y la fiebre de melodrama, del Adriático que jamás he visto un aire frío de tristeza y melancolía. Italia es la madre en la carne, Italia la putana, la putanesca, la marrana.
2
Puesto a escoger un delirio mi patria sería Irlanda, la tierra de Swift y Joyce, la Irlanda de Beckett y Banville, la de Wilde y W. B. Yeats. Hablo de una Irlanda campechana y católica, tartamuda y demente, la Irlanda de la lengua ajena cambiada en oro, la tierra mojada de los humores de Leopold Bloom, la del olor pestilente de una axila de Banville, la del sonoro pedo en Beckett, la del arte tragándose la vida en Oscar Wilde. El delirio de la lengua y el delirio fervoroso de la carne, mi patria, Irlanda.
3
Mi lugar, sin embargo, es la patria francesa de México, el momento de mi lengua, la española. ¿Francesa? Francesa por el moderno embrujo de Baudelaire al cuidado de Paz, de Arreola, de Pitol, de Salvador Elizondo. Finamente cosida, trágicamente vivida, audazmente pensada es mi patria mexicana. En ella confluyen todos los dialectos, todos los ríos de una lengua ajena, la lengua de España. En la gran boca de México, en la coraza frente al conformismo y la costumbre, en esa lengua abierta al humanismo de la gran y extinta Europa, en esa lengua hablo, en esa aparento hablar. Pero no dejo de ser necio, un mentecato: esa lengua me es extraña.
4
No sería lengua Norteamérica, acaso geología. Geología y neón. Conformista metáfora he descubierto, qué hacer, más vale apuntar a la verdad que temerla. El sueño de la libertad, de la posibilidad, del horizonte y el futuro es un coctel de Norteamérica servido en copas falsas, oropel y luces, roja alfombra añorada y por añorada doblemente falsa, en celuloide infinito color de western, polvo y caballo. Norteamérica es el hombre dormido, zafadas las ataduras, echado a andar, a rodar y a vivir. Norteamérica es mi zombie.
5
Este canto, el final, es de mi estómago. Mi tripa es la patria de la línea imaginaria. Siempre me la como, en sus fritadas, en sus tamales, en sus sancochos, en sus tortillas de papa y sus caldos de sangre. He de saber qué es lo que como si deseo pensar más alto. ¿Más alto he dicho? ¡Qué idiotez! Para un pensador no hay más gloria que pensar la tripa. La tripa descifra mejor la inteligencia pues no hay inteligencia famélica y el Ecuador es mi tripa. He de agradecerle entonces me haya alimentado, ahora podré conquistar más patrias, las que me apetezca. Ahíto, como se dice, iré. Echen la culpa a mi intestino esto que digo, échenle la culpa eso que pienso. Probablemente descubran una clave, una falacia, aunque mi destino sea unir más patrias y forjar una sola, incierta, siempre insegura y mentirosa.
Yo, coso.
1 comment:
Mis saludos.
Muy bueno lo de Irlanda.
E Vila-Matas
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