Tuesday, July 08, 2008

Kinski: la mirada del monstruo


Los gigantes ojos de Klaus Kinski, pupilas inyectadas de sangre, observan de soslayo, como si hasta encerrado en la jaula de una ciudad, nunca hubiese abandonado la selva a la que pertenece. Los ojos serpentinos, hinchados e indudablemente fieros, procuran la presa con atención a su movimiento mínimo, al despertar del vuelo de una mosca, de una mujer, del juez de una corte o el director de una película. La nariz algo torcida en la punta, brilla con la severidad del apéndice de un hombre viejo, aunque el Kinski de la foto no cuente más de cincuenta, es decir, no renguee—no lo hizo nunca—, una nariz que recoge por sus anchas aletas olor a hojas podridas en la jungla del Amazonas, olor a corazones hedientos en su encierro, olor a pubis tropical, oriental, negro. Entre los inmensos y obscenos labios que copiaría fielmente su hija centauro, Nastassia, el cigarrillo a medio consumir sugiere una banderilla enfilada hacia el ojo del mirón, tú, que te atreves a invadir este universo. No obstante, la composición de la escena —el alto en el rodaje de una toma o la puerta abierta a una revista cinematográfica— sugiere cierta explotación de la leyenda negra comenzada en los años de calle y rabia, en los días de bombas y segunda guerra, del pillastre que ha devenido, estúpidamente como ocurren las grandes historias del mundo, estrella de cine, sugiere digo, un comercio fotográfico de su histriónico furor. Pero en el caso de Kinski, la violencia de los ojos desborda a la máscara, el cabello de león gastado testimonia esa rencilla, la mata plateada e imán que enmarca una frente inmensamente amplia, surcada de tres, cuatro, cien arrugas. Sabemos por esta vejez y por este desorden armonioso que el retratado es un sujeto de temer, acaso el hombre de más temer. A ello las líneas pétreas de altos pómulos no hacen más que acrecentar la sospecha, el temor del posible enemigo, su temblor, tu temblor. Aunque quizá también el tectónico rostro germano —esto lo conoce mi experiencia— sea amigo de la amistad, amigo de sus amigos e infaliblemente enemigo de sus enemigos, pues es rostro de hombre libre, es decir, rostro de un loco. —

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