Por David Onica
Él (23 años recién cumplidos) toma el balcón. Un pozo de treinta metros. Corre en una atmósfera viciada por la voz de David Byrne, burning down the house. El ventilador del techo es un insecto asmático. Esparce una línea sobre el pómulo de Byrne y se la clava con un dólar. El apartamento es a prueba de ruidos y aunque no lo fuera qué mierda con eso. El neón de la cama cruza su cara de cicatrices, gusanos y topacios. Mil agujas se clavan en su córnea. Carga vaqueros y camiseta D & G. Toma su chaqueta de cuero, venga ese discman, y se va. El Pionner sigue sonando.
Ella (29 años, 6 de abril) se corta con el cuchillo. Las cáscaras de tomate tapizan el mesón, la sangre brota lenta. Se chupa el dedo, la sal le pica. El piso cruje como un viejo esclerótico. Primer piso, gritos destemplados del niño. La noche se introduce como una alimaña. 7.30: “hay que completar esto, como sea”. El marido ve la tele. Desde las profundidades un maleficio gruñe. Estira la espalda y se seca las manos: las cebollas saltan a su nariz, el olor no muere. Su corazón es un demonio que palpita veloz.
En Vestal hay poca gente este viernes. Él (las paredes de la cabeza llenas de coca) se columpia en la barra tratando de llamar la atención de la camarera, una perra con casaca militar y buenas tetas. “Oye niña: quiero otro de estos a-ho-ra, ¿entendido?”. How soon…, él intenta meter un dólar entre los globos de la mocosa, …is now? Se aburre, se levanta, lanza golpes al vacío. Al extremo de la barra, una sueca se come las uñas. Encadenan sus labios, anudan sus piernas mordiéndose.
La sueca es una facilona que cazamos hace dos noches. Nos largamos a pescar con un par de dólares. En el water me paso medio gramo. Me limpio con la manga, salgo y lo encuentro totalmente mamado, hundido en el dance. El DJ’s, el muy cabrón, nos mira con miedo, los puñales de láser y el humo nos congelan las piernas. Saco mis garras y rasgo el pecho de la rubia que baila conmigo, ilusa. Chilla como puerca, se la llevan al doctor, pero nadie se da cuenta. Llega la sueca y lo que él no sabe es que me la tiro en el servicio, mientras él se lame a la mejor bailarina de la noche Vestal.
Ella se acuesta sin más luz que el párpado del DVD. El sonido del campo se aplaca. Trabajar todo el día, evitar un stop, andar sin sentido, rota. Duerme.
Furia en el auricular. La sueca lo lleva por el asfalto, un chorro negro persigue al BM. Corren kilómetros, el cielo arroja cristales sobre el chasis. Él traga aire helado, la sueca ruge. De pronto: NO VIRAR. El auto está en añicos.
Aprieta los números con los dedos quebrados. El teléfono suena siete veces. Ella atiende: ...en la autopista... bien, creo... hemos, ...un accidente... necesito un auto, nadie debe enterarse... una chica, ...ayuda... Entre la sangre que mana de su oreja él escucha una tonada, El juego de las lágrimas. La sueca permanece en el sillón del BM, el cinturón la sostiene: la traquea ronca; el tórax se parte; los ojos blancos; un muñón por nariz; el pelo carbonizado. “¿Estás bien, ...estás bien?”, él la mira —silencio—, se pondrá mejor, enciende un canuto y camina. Gritos.
Va lentamente, la ropa manchada de aceite y los pelos pegosos por la sangre y los vidrios. Sus ojos idos, los labios violeta, un cristal en las gafas. Una mano de sangre se congela. En el muslo un pedazo de plástico, la cabeza medio suelta: “te odio, te odio, siempre te he odiado”.
El asfalto despide vapor blanco. Un auto mete frenos a raya. Con chaqueta roja, ella se apea precipitadamente.
* * *
No puede dormir. Cambio, imágenes, una ventana abierta. La ventana abierta. Ratones de campo, arañas, ponzoñas. El pecho se infla, las mantas hieren la piel. El marido duerme. Tintineos expulsados de la pesadilla rebotan en la realidad; ella despierta. Captura el teléfono y murmura “aló, aló, ¿quién llama?, aló” (nadie contesta en la madrugada.)
* * *
Lo sostiene por la cintura pero él la retira. “Estoy bien, mierda, estoy bien, la puta que los parió, la puta que los parió...” Babea. Un murmullo la aguijonea: “tomé el auto, salí a escondidas... debo estar loca”:
—Métete al auto, por favor.
—Una mujer sin dedos en la mano, es rubia y cuesta mil dólares...
—Hazme caso.
—¿Eres mi mujer?, ¡¿ lo eres?!
—Maldito, ¡maldito! Escucha: mete tu asqueroso culo, necesitamos un puto hospital.
—I’m not sorry, it’s human nature, it’s human…
—... por favor... hazlo... por mí.
—In your eyes, forbidden love, in your smile, forbidden…
Lo abofetea, el anillo le abre una grieta en el pómulo. Él la agarra por el cuello y la tiende sobre el asiento del auto. Ella se resiste, chilla, pero deseo y fuerzas ceden ( ...with your long hazel hair and your eyes of green the only thing I ever got from you was sorrow*), las manos de él son patas de lince, garras, se come la blusa, la vomita ( ...you’re acting funny, try to spend my time in your lonely games**), arroja las gafas, muerde su pelo, animal, lascivo, mete la lengua en su oreja, clava sus uñas en las tetas. La boca de la hembra se ahoga en un grito sordo, su acuchillado dedo busca el hueco del culo; el deseo se consuma en minutos eternos, días negros y violentos. Ella se muerde la mano ( ...I tried to find her cause I can’t resist her. I never knew just how much I missed her***), observa el pozo negro en el techo del auto, encuentra la muerte en la niebla: los colmillos en mi nuca, tranquilo Gatito, tranquilo, su cara sangrienta, locura, ríe como un poseso, mira con destino, con instinto, inmovilizándome como escarcha. Desaparece en el asfalto, para siempre.
* con tu largo pelo castaño y tus ojos verdes lo único que obtuve de ti fue tristeza
** eres tan rara, gastas mi tiempo en tus juegos solitarios
*** víctima de su encanto me puse a buscarla. Nunca supe lo mucho que la añoraba
Bowie
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