Wednesday, February 01, 2006

La muerte, primeros planos

Lo que es de venir vendrá. Pobre infeliz de ti.

Todo es como sueños. El puente negro como sueños. La línea blanca del asfalto embestida, atropellada. Una infinita asfixia en el pecho. Una observación amplia. Un ojo interno. Ha sido una estación gris, lluviosa, cubierta de sobretodos trágicos. Joven idealista. Profesor adjunto de geometría analítica. Antiguo amor de los 18, mi amante. Se lo dije ... gracias Juan, solo te tengo a ti, te quiero. Lo imagino aferrado al auricular, su rostro colmando mis ojos, tembloroso, a punto de caer. Mentalmente y en profundidad, observo sus movimientos: el maestro idóneo, perfilado y justo, apagado, flota en un cuadro que se va, sepia, pálido.

Hay algo cierto en lo que Miguel dice, debo protegerme de la desgracia y del abandono. Nunca he dudado de él, mi esposo, demasiado abnegado, demasiado fiel. Yo, su pieza de museo, ostentada con impericia. Miguel demasiado útil, Miguel demasiado servil, complacido en una belleza, en un fin. Me ha encantado echarlo contra la pared ...en todas partes del mundo los negocios terminan en la tarde: ¿qué haces por las noches? Nada, y soy testigo de sus palabras retenidas por el bigote casto, reproches cautelosos en su sonrisa perfecta, la desconfianza evidente en sus ojos de vigilia. Le advierto que me miran. Lo quiero como al attaché de un garden party, con la misma nostalgia y anhelo, con sus ojos llenos de ensoñación, y los míos, futuro y seguridad. Así lo quiero, Miguel mi amor, mi esposo, te lo debo todo.

El granuja dijo, ahora viene la escena entre el malvado conde y la hermosa dama. Capto su faz rugosa, siempre cerca, aproximándose, reptil que se clava en la piel y la corrompe. Lo repite. Lo ha visto todo. Mi vientre se estremece a cada palabra, siento un aleteo y me empuja a enfrentarlo. Estoy segura que lo sabe, es capaz de todo, este criticastro que merodea en torno a mi cuerpo, como si fuera feliz sosteniendo la amenaza entre sus colmillos, insinuando la paga a cambio. Pero sé que su miedo lo mueve, tengo que hacerle frente, devolver intimidación con intimidación. Me observan, estamos frente a frente, lo miro de arriba abajo, superior, intentando destruir su chantaje. Quiero sus sospechas en mis manos, las pruebas que no tiene y que llena con el miedo. No pudo contárselo a Miguel en la fiesta, ahí comenzó la historia... Me lo dijo (cuando me miran y miro defendiéndome), siempre la faz rugosa, ladeada, y los dedos huyendo estúpidamente sobre las teclas del piano, sin percatarse de los ojos a nuestro alrededor. Miguel mi esposo, siempre inmerso en el juego coral de la fiesta, dando vueltas, juzgado por los invitados mientras da vueltas. Lo observo y le temo, de perfil y de frente le temo. Su propiedad, soy su propiedad. Es extraño ser un objeto a la vista de todos, de sus ojos, de vuestros ojos. Esta fiesta amenaza mi paz, el chantaje y el granuja son parte de ella.

¿Qué sucedería si dejo este espacio cerrado? ¿A dónde volver si vulnero este claustro, si salgo? Miguel me da el mundo y ahora quiere arrebatármelo. Lo sé, el granuja ha abierto la boca, Miguel no lo cree, pero duda, desconfía de mí. Ha recibido un aguijón en el centro, porque nuestro frágil orden es confianza suya, no mía... Mi esposo comenta sobre una pareja rota, traición, transitoreidad, vínculos sentimentales. Insinúa de pie, clavado en un proscenio, sesgado y dudoso, inseguro y fuerte. Pero sabe que es el industrial que ostenta un mundo, su mundo, nuestro mundo. Y aunque yo finja no escuchar nada, me espían desde la fotografía de la mesita a nuestros pies, en este claustro, nuestra mansión, nuestro mundo.

La jarana empieza. La música cambia, antes era profunda, ahora festeja a los corifeos. Castañuelas, palmas, cante jondo. El murmullo es una antesala o una premonición; reza: ...se puede estropear, se puede estropear... Crece en intensidad, es un sino. Abrazo a los tres en mis ojos: Miguel mi esposo, Juan mi amante, Rafael chantaje... Juan ya lo sabe, vamos a hacerle frente, Miguel también lo quiere así: conservar su pieza de museo, no ceder al vendaval, retenerme. Todo se revuelve, Juan lo enfrenta, lo humilla, pero el granuja está harto de ser el gracioso, el simpático a quien todos acuden y de quien nadie se siente realmente cerca. Las gitanas taconean mientras el chantajista humillado aparece aquí y allá, su rostro sangrando por el golpe de Juan. Se acerca a mi esposo. Se lo cuenta. Todo está perdido. El cante jondo vaticinó ...se puede estropear, se puede estropear...

Es poca cosa. Sabe que puede rendir la asignatura porque es cuñado de Jorge, el rector. Y eso es absolutamente cierto. Él mismo lo ha dicho con voz nítida. He visto en sus ojos el temor de que todos pensaran lo mismo. Él podría llamarlo egoísmo, persuadirnos sobre un drama de egoísmos. Lo capto agobiado por sus problemas, sorteando minucias: estudiantes inquietos por un incierto futuro; claustros, quietud, aulas con millares de ecos y añoranzas. Mi mirada es amplia, lo cubre todo, focaliza risas y tragedias de cada nombre en una galería de retratos. Él seguramente oirá pero no escuchará, agobiado por sus pequeños ritmos diarios, atrapado por este sino. Y le gustará acercarse a ellos, atenderlos, para abrirse un camino en esta mañana gris, estoico, recuperando el espíritu de su propia juventud, los oídos abiertos sin obturarlos, como si fueran ojos sobre nuestro destino. Todo esto podría imaginarlo, pero no quiero, porque lo que él mira es falso. No quiero.

Es otro. No puedo mirarle a los ojos, la cabaña ya no es un refugio, sus palabras se escuchan remotas, la música suena oscura y macabra. Todavía es el niño violento de su madre, infancia taciturna y meditativa, un pozo de ideales nunca traicionados, el fracaso. El silencio y la incógnita de mamá, las flamas del hogar consumen esta historia, el fuego no calienta, vigila como una cicatriz que nunca cura, nos envuelve como un tornado que envuelve barcos de papel en una fuente. Dios mío, me siento vigilada por mi alma, por los objetos y por ellos. ...que es amor, pasión, pasatiempo, dice él, mi amante, reprochándose a sí mismo y no me mira pues cree que puedo asumir su cambio. Él ha sido tres palabras para mí: amor, pasión, pasatiempo; es lo que insinúa. Este ambiente sentencia una culpa sin perdón, el compás inminente e inconmovible nos persigue como a reos y de nuevo es un presagio. De no creer en nada, Juan, amor-pasión-pasatiempo, ha terminado creyendo en algo, en su egoísmo, en todo lo que creyó haber perdido. Lo que nunca tuvo. Yo sí me quedo con algo y no se disolverá, como esta postal con chimenea, junto a la cual, atrapados, los dos volvemos a creer.

Tu egoísmo es mi única fuerza, recojo la indirecta de mi esposo como una obviedad. Por supuesto, siempre hice correctamente mi papel. Supuse bien que algún día iba a pagar la vanidad de considerar las cosas como obvias. Ahora es el momento. Me lo está exigiendo, cobra su derecho por mi ansia de vivir, disfrutar una clase de vida, hacer prevalecer mi juventud. Tengo miedo y estoy sola. Intento tomar una vía.

Acordamos entregarnos; iré, le digo; él -al teléfono- confía. Hace algunos días visitó su casa, levantó la vista sobre la vieja casona de familia, recorrió los pasillos, crujieron; buscó y no encontró a nadie, mintió y averiguó parte de otra vida, invadió el lugar de esa existencia y supo que era tiempo de cambiar, este era el límite que había tocado su vida. Tomó el periódico, lo leyó: el jurado de cátedra y toda la clase de geometría se vino abajo. Lo enfoqué bajo el crepúsculo blanco y negro como un telón de borrasca humana, el cielo apagado, al fondo un árbol seco, la cadena de hechos se condensa y se rompe ...gracias Juan...te quiero; el secreto nos deja una sanción en silencio; solo amé, he amado; el coche inmóvil, lúgubre; él, mi amante, al fondo del cuadro, escuálido, una sombra; la temeridad venció mi cobardía; su mente se aclaró suprema; lo acordamos, estoy aquí; los neumáticos consumieron la sombra y la música destruyó mi cabeza.

Entre las hojas, la página de sucesos se pierde. Hay un abismo entre la página de sociedad y la de sucesos. MUERTE DE UN CICLISTA: Enrique Arízaga atropellado en la carretera de Francia. Una pareja iba en el coche. Debía agregarse quiénes eran y responder a los porqués. Fue a las 5:30, como -con la faz rugosa y los dedos sobre el piano- Rafael dijo haberlo visto, en la oscura carretera de Francia, cierto, una pareja de amantes, complicados por la oscura intromisión del destino, una culpabilidad vacía, blanca, mía; y otra gris, la de él, amor-pasión-pasatiempo, una sencilla conclusión a nuestros egoísmos, también vuestros. Supongo que eso debía agregarse. Era justo.

Todas las pesadillas son sueños. He tomado una vía. Y he convenido con la muerte el final de esta historia. Él fue mi amante, mi pasión... El puente negro como sueños. La línea blanca del asfalto embestida, atropellada. La noche, un ciclista y la carretera. Luego creo que todo es como sueños, los ciclistas muertos, los ojos muertos, la cámara muerta, música y voces muertas. Voy a creerlo así. Y cuando me marche nada habrá estado allí.

María José de Castro, ella
Juan Fernández Soler, amante
Miguel Castro, esposo
Rafael Sandoval, chantajista
Matilde, alumna
Jorge, rector, cuñado de Juan Fernández Soler
Carmina, hermana de Fernández Soler
Madre de Juan
Aurelia Gómez Tejedor, esposa de ciclista
Camila, esposa de Jorge
Enrique Arízaga, ciclista

Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem

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