Monday, February 25, 2008

El cerdo idealista: Fassbinder


And here by the seine
Notre-Dame casts / A long lonely shadow / Now-only sorrow / No tomorrow / There’s no today for us / Nothing is there /For us to share

A song for Europe, Roxy Music


Indispensable otro tono o, mejor, ninguno. Fassbinder desbarra, Fassbinder delira, Fassbinder expira: 1978, año séptimo, de tragedia, durante el cual el Amargo rueda Un año con trece lunas. Indispensable otra forma: Fassbinder (Bad Wörishofen, 1945-Munich, 1982) apela al balbuceo, al fragmento, a la ira. ¿Qué busca? Él, el matarife del milagro alemán, proxeneta de sus rameras y enfermero de los imbéciles, él, que ha sido escalpelo de carnes pálidas y estuprador de pieles negras busca con desesperación otra cosa. Palpita su corazón voluptuoso y anti-épico y persigue, antes del campanazo final, la desintegración. De abismo en abismo, su cine se ha convertido en piedra de toque del alma burguesa europea: aunque intentó evitar su retrato bajo la creencia de que escudriñar sus dilemas era menos válido que destripar el alma de los marginales, su cámara es un artefacto terrorista que incendia el subterráneo del espíritu burgués. De la prostitución que la burguesía ha debido patear para sobrevivir entre flamas dan cuenta El matrimonio de Maria Braun, Lola y Lili Marleen. Pero el filósofo Adorno ha vaticinado que no hay forma posible de poesía tras Auschwitz, y Fassbinder no es más que una voz postrera. El desvarío, la indefinición, el anonimato y la depresión conquistan sus filmes y los habitan a placidez: Petra von Kant y su pasión enfermiza, la abnegada Effi Briest, Veronika Voss atenazada por sus recuerdos, Maria Braun devorada por las brasas del nuevo bienestar. Fassbinder atestigua que los amantes no escapan a la desintegración y acaso la propician, que hombres y mujeres y sus lazos cumplen servilmente los preceptos de amo y esclavo hasta la putrefacción de sus estrategias dominantes y rebeldes; los amantes son filamentos de odio que profieren amor. Tampoco en Un año con trece lunas Fassbinder los identifica malvados por naturaleza aunque, al fin y al cabo, terminan por destruir sus vidas. Deshecha la conciencia en sus hilos más sensibles, el Amargo desgajará el tono hasta destruirlo.

En consecuencia Un año con trece lunas acaso sea el monólogo de un muerto o el balbuceo de un sujeto en caída, indefinido y transexual. La organización del film —juego coral, nuevo teatro alemán y teatro del absurdo como recursos identificables— nos remite al balbuceador por excelencia: Beckett. Cansado de sus malditas películas como profana uno de los personajes, Fassbinder toma como pretexto el suicidio (se asevera que Un año con trece lunas es una teoría finalista y necesaria de la autoeliminación, concebida a partir del suicidio del último amante de Fassbinder, Armin Meier) para ratificar que entre la violencia y la muerte, Fassbinder siempre escogerá lo peor: la violencia. Pero será el presente contemporáneo quien tartamudee sus palabras finales como en Beckett. El film se sabrá pastoso, sanguinolento, febril y fracturado, arrollado en esa voluptuosa suciedad patrimonio del porno que atrae y repele. Disgregados sus diez u once episodios, a cual más orate y desesperado, Un año con trece lunas sospecha que cuando un autor cambia de tono está próximo su canto de cisne. En el caso de Fassbinder el acorde conclusivo es el corredor de un agrio mundo a través del cual el indefenso y buen salvaje se aleja: “si el Año de la Luna resulta ser a la vez un año con trece lunas nuevas, pueden sufrir grandes catástrofes personales”, reza el anuncio, alegre como el Adagietto de la Quinta de Mahler (el mismo de la Muerte en Venecia), triste como una tonadilla de Nino Rota ridiculizando los besos, o antiheróico como “A song for Europe” de Roxy Music, señales en esta dantesca e invertida Commedia que podríamos rebautizar La muerte del animal: no más que sangre caliente o Canción de muerte para un cerdo idealista llamado Fassbinder.—

Saturday, February 23, 2008

YO, FRANCO. El porno canalla (y otras historias)


Uno de esos rudos amigos de Hunter Thompson que no temen disparar dentro de sus casas y volar en pedazos latas de cerveza, se refería a él con el mote de «gonzo» y con eso quería decir que Hunter era de esos seres que tienen la mente peor que los locos. Y acaso Hunter la tuviera cuando golpeaba a su mujer preñada de seis meses o cuando pasaba un canuto, lo dejaba caer e incendiaba a un candidato entrometido en el derby de Kentucky. O sea Hunter era un maldito y auténtico gonzo.

Pero no quiero estancarme en Hunter y referirles sucesos como aquel en que se vio envuelto, la bestial paliza a manos de los Ángeles del Infierno, esa legendaria pandilla de Los Ángeles que inspiró una película maldita y pastosa, The Wild Angels, en la que Peter Fonda era el líder y Bruce Dern, el papá de Laura Dern, la víctima, haciendo el papel de un cuerpo que los Ángeles pasean por el altar de una iglesia al que besan, manosean y adornan con unas gafas de aviador no más que para babearse en sus barbas. Quizá durante ese rodaje el cadáver, estoy hablando de Bruce Dern, concibiese a Laura Dern porque Diane Ladd también fichaba en la película y ella era la mamá. Es probable, muy probable, aunque no he comprobado fechas y días. Les decía que los Ángeles del Infierno hicieron papilla a Hunter porque después de unirse a la banda comenzaron a sospechar que era un chivato y a los chivatos ellos simplemente los pasaban por la piedra. Así que lo pasaron por la piedra, así lo hicieron. O aquella otra historia que recuerda a Hunter creando un tipo de golf en que el jugador dispara a las bolas de su adversario para evitar que vayan a parar a los hoyos, qué buen golf. En fin, podría pasarme horas contando historias de Hunter y su furia, pero hoy que lo he visto pasar en su Tiburón rojo, el Cadillac convertible que se pavonea por el celuloide de Pánico y locura en Las Vegas, entre tanto Johnny Depp y tanto Benicio del Toro y sus autos, recuerdo aquello de lo que venía a hablarles y es el porno que a Hunter le hubiese gustado ver, ese que han bautizado con el mismo nombre del periodismo que él inventó, «gonzo», «porno gonzo», ese que el muy vil de Jules Jordan dirige y que consiste en volver participante de la acción y el matadero al camarógrafo, al iluminista, al maquillador, al director, seguro lo han visto, ese porno cansado de las quejas por una trama que no necesita y que ha hecho de la actriz-cámara su verdadera trama y por eso, o quizá a pesar de eso, funciona en tiempo real, en tiempo realmente salvaje. De eso les hablo, de ellas dándose la vuelta y observando la cámara, de ellas charlando con el que respira aparatosamente detrás de la lente y oyendo lo que él narra, de esas fulanas festejando y riendo y a fin de cuentas copulando sin contemplaciones. Después, después ustedes saben, sangre, babas, meados y todo lo demás. Este porno superreal le hubiese gustado a Hunter, tan bestia él mismo. Sobre eso quería hablar, de eso.

Creo.

Friday, February 22, 2008

Vásconez tras la cerradura


En este Vásconez de cabello entrecano una disimulada sonrisa escapa de sus inquisitivos ojos, un reflejo del niño que habita su interior y de tarde en tarde visita el jardín y lo provoca a la aventura. Son unos ojos escasos, casi mínimos, del infante pegado a la cerradura de una mansión en decadencia, estancia clausurada donde la mujer se despoja del camisón de encaje y seda y la piel se revela blanca, transparente, imagen de una fotografía del pasado. La cabeza ladeada del escritor concentra nuestra mirada en sus oídos, en la atención que ellos otorgan a los escurridizos sonidos del mundo, a su rareza, a su inadmisible desencadenar. Vásconez la inclina como si escuchara el inmundo desfile de las hormigas en su diaria labor pero el cabello abandonado a su natural maduración sugiere cierta leonina vanidad personal algo secreta y, sin embargo, permisible para la fotografía. Esta exposición pública es quizá más evidente en el atuendo que ha elegido para ser fotografiado, a medio andar entre la contención caballeresca de la generación española del 50 y la de sus pares ingleses, los últimos elegantes, de los años de Bernard Shaw: un sobretodo habitual y coherente con el frío de la ciudad andina acompañado por un suéter en V escogido con sutileza para tocar su aspecto de numerario de sociedad secreta. En particular llama la atención la corbata de puntos apenas ajustada en el cuello que deja ver el primer botón de la camisa blanca, efecto de libertad y movimiento que inevitablemente nos conduce a formular la pregunta: ¿fue cuidadosamente ideado para la toma? El segundo elemento llamativo ocupa el centro de la imagen, un cigarrillo a medio consumir que Vásconez sostiene con delicadeza entre los dedos índice y corazón de la mano derecha y proyecta una voluta acosada por el viento. Tanto el descuidado ajuste de la corbata como el cigarrillo aparentemente cotidiano parecen ser decoraciones de una imagen que el fotógrafo o el escritor han querido proyectar. Más elocuente y expresa es la mano izquierda escondida en una bolsa del abrigo casi oculta a nuestra visión: el escritor se protege del frío pero también abriga un afán de dominación sobre su mundo personal y acaso sobre el mundo en general, sugiere el puño protegido y confidente exclusivo del suave paño interior del bolsillo. —

Monday, February 18, 2008

Infamous, el otro Capote



Aunque mi curiosidad de biográfago me condujo a ver Capote y quedé conforme, después de Infamous, el otro film sobre Truman —siempre veo los films tarde, no me juzguen— ratifico algunas sospechas:

1. Que la mejor biopic recoge un asunto del biografiado e infiere el resto, pero no intenta el fresco (el público que aguanta dos horas en la sala se resiste a los frescos biográficos y los devuelve). Por lo tanto el cinéfilo antiguo va preparado para observar un pedazo de vida y nada de nacimiento-gloria-fracaso-muerte.
2. Que Hollywood es el cine. Este lenguaje leve y juguetón, este lenguaje en que lo más importante es lo que pasa y todo se supedita a la acción, es una marca creada por Hollywood. No hay cine más leve, juguetón y activo que el de Hollywood, en él todo baila alrededor del movimiento.
3. Que cuando 2) se cumple, el drama también puede ser invitado sin comprometer la levedad, el juego y la acción y tenemos un film de ensueño. Eso es Infamous con su acompañamiento de coros, comedia, suspense y drama: es pura lengua de cine.
4. Que hoy en día sorprenden tantos films hechos a la manera de Hollywood, films que recogen toda su historia y sus recursos. Digo tres, no maestros, mas cine en estado puro: El buen pastor, Hollywoodland e Infamous.
5. Que cuando dos películas se sobreponen por su tema, elenco y calidad, cualquier cosa puede ocurrir, depende del mercadeo y la conexión de la película con aquello que la gente anhela ver, truco en que Hollywood y la Academia son expertos. En este caso Capote venció y quizá a Infamous la borre el tiempo, pesar de pesares.
6. Que Sandra Bullock —en Infamous interpreta a Nelle Harper Lee, colega de Truman Capote y autora de Matar a un ruiseñor— no debería salir de la pantalla de Miss Simpatía nunca, jamás.
7. Que, aunque reñimos, el cine me sigue gustando.

Friday, February 15, 2008

YO, FRANCO. Dinero


“El único bien que no se pudre” dice John Locke con los ojos caídos, ojos de Paganini racionalista, y me río en su cara. Palpo mis bolsillos: un centavo. El único bien que no se pudre escasea, escasea siempre, nunca colmará arca ni barril. Aunque bien podría yo caminar unos pasos, colocarme al otro lado de la raya y decir: ¿para qué quieres plata si el tiempo es saludable y camina más aprisa? Responderás que hasta el tiempo se compra y quizá tengas razón, quizá sepas esconder el metal entre las arrugas que surcan tu cara como los pasos de Lope de Aguirre en la selva, como monedas que te sobrevivirán y a tus hijos, sumergidas en una tierra podrida e ignota que no se toca ni se ve. Pensarás que has hecho bien conservando los billetes en las paredes de tu refugio, encolados y con los rostros de los viejos barbudos vigilando por la noche tu sueño cada vez más ligero y débil. Provocaría en mí cierta voluptuosidad tocar tu frente bañada en sudor y dejar que mi palma acaricie el nacimiento de esos escasos cabellos plateados, esos filamentos que ya no protegen el contenido de la caja craneal, esos hilos que mueren cada noche. Aunque bien podría quedarme en este lado de la raya y sugerirte que arranques los billetes de las paredes con el riesgo de que tus uñas destilen sangre en la madera y tus ojos salten en sus órbitas, que los tomes, los aproximes a tu nariz, a tu boca, a tu sexo y te lances a la calle en busca de rameras, alcohol y morfina, en busca de una vida que oxigene tus cabellos hasta volverlos hilos de trigo y te descubra como un hombre de experiencia que algún día recordará y contará. Podría exigirte que forniques, que concibas, que germines y pagues las cuentas de tu extravío como hay que pagar, con tiempo y dinero, y así te reconocería más grande, más temperamental, más trascendente, más hombre. Ese momento sabría que eres rico para vivir como pobre, abandonado a la carne más abyecta y al espíritu más valiente, a la aventura y al rencor, a naturaleza y cultura, si acaso ambas fueron imaginables juntas en un alma única, y retornaría a la cueva del oscuro Locke a decirle que tiene razón y a contarle que su bien no se pudre, que no se pudrirá jamás, porque es como el excremento del hombre, alimenticio, imperecedero y vital. Aunque creo, y esto no lo puedo jurar, que en los dos territorios, a ambos lados de la raya, me sentiré siempre incómodo, deseoso de ser pecado, de ser pobre cuando rico, de ser opulento cuando padezco miseria, y desearé saltar al otro, como los conquistadores que prefirieron una geografía de arrugas y sangre en lugar de pocilga con pulgas y ratas, allá, en su tierra de origen, surcando el mar. Con la vista en la espuma marina tragaré el viento, el polvo y la espuma misma, tragaré al hombre podrido más allá de metal y muerte, engulliré al pensador, a John Locke.

Franco, el Antropófago.—

Sunday, February 10, 2008

YO, FRANCO. ¿Por qué las izquierdas son tan desaliñadas?

He de confesarlo: en la pecera del mundo lo esencial es la ropa. No la elegancia, no la corrección, no el atildamiento: la ropa. De hecho, lo único que veo es ropa: negros que visten elegancia extrema con sus trajes café a rayas blancas casi imperceptibles acompasados por camisas naranjas de pechera y pañuelos de bolsillo de seda; japoneses que escogen fibras sintéticas para la realización de trajes, camisas y corbatas cortadas con minimalismo expreso y mal disimulada maldad a la par que calzan, sin discrimen, zapatos de lona y tela con traje o sudaderas; sajones e irlandeses que portan boinas, bufandas, orejeras, guantes, gorras y sombreros con discreto y habitual bien hacer y exhibir en la tradición de quienes han hecho del tweed más que una filosofía una ética; latinos que ostentan profusión de accesorios plebeyos, brazaletes de cuero con incrustaciones de fierros, cadenas de metal, collares de cuentas, aretes, pañuelos de cabeza y cuello en aventureros colores con olor a daga; viajeros que no dudan en acompañar sus pantalones rayados de lino, su chaquetilla de cuello trunco y seis botones fabricada en algodón egipcio y la sudadera con estampados «no more fashion victims» desgastada y agrietada en el cuello y los bíceps, con unas gafas Côte d’Azur década del sesenta o más femeninas aun, Jackie O, nacaradas e incrustadas en piedras, y un sombrero Jean Gabin confiscado a los padres. Ropa, ropa, ropa, veo solo ropa: pantalones blancos sin pretinas, pantalones de explorador con bolsillos secretos, pantalones que oxigenan los boxers, pantalones neo-capri color turquesa, pantalones sin pantaletas y pantalones con medias. En la pecera del mundo lo natural es la ropa.

He de confesarlo: solo atisbo una especie que se resiste al dominio de la ropa, la especie de las izquierdas. De ancestro liberal, es decir, austera de comida y bebida y frugal de dispendio y gozo, la izquierda hace gala de un guardarropa obstinadamente retrógrado. De Felipe González para abajo, hasta alcanzar en el fondo del pozo a este dirigente sindical cuyo apellido se me escapa… Tristán, Dristán, Mután, las izquierdas honran su pasado adusto. ¿Tacañería, avaricia, pobreza? Aunque acumule y explote en sus pequeñas y grandes factorías, la izquierda luce siempre su caqui funcional, camisa rasgada en el cuello —no precisamente «no more fashion victims»— y polifuncional “combinado” confeccionado en el casimir más barato, siempre el más barato. Aunque los peronistas-justicialistas de antes y los alfaristas de hoy hagan sus triquiñuelas de bolsa y préstamo, proseguirán devotos del aburrimiento visual de sus padres de guerras liberales. Hijos de Marx serán, nunca de Lasalle, el dandy infiltrado. ¿Por qué, por qué las izquierdas son tan desaliñadas? No lo sé.

La verdad, no he de saberlo.

Yo, entreveo.

Monday, February 04, 2008

David Gilmour: La brisa del liberto


I

Recuerdo es santidad: ser libre quizá no sea más que invento y apéndice de lo imaginario. Igual que ocurre con la tristeza, saberse libre acaso sea figurarse egoísta y pasar ese egoísmo como interés de otros, como gusto de cofradía, aunque a fin de cuentas solo sea una máscara impuesta con diplomacia, a la manera inglesa. Libertad y lágrima sucedánea: los trances de un solitario abandonado en su sillón de brocado, recostado en su plegable sintética o, incluso, amarrado a un armatoste con correas.

A mi manera conquistada la libertad, libre yo, convido a mis amigos un poco de mi repertorio imaginario: mares del sur, arena blanca, agua esmeralda, aire de septentrión, nieve nórdica, expresos transiberianos, carruajes breves sobre empedrados brevísimos de una mínima ciudad en el centro de Europa. La libertad, territorio escondido con celo por el artista, recopila geografías sanadoras, catárticas, imposibles. Ésta, la trampa de lo libre: su imposibilidad.

Aunque el paso del tiempo sobre el espíritu emancipado modifique estas geografías, aunque las suprima al calor de su necesidad, pues el paso del tiempo es el límite de la carencia y el formato de su solución —algo así como la libertad en el sueño—, la libertad nunca pertenecerá al reino de la carne: será solo el sonido templado y ligero del timbre de una caja de música o la manecilla de un reloj de péndulo.


II

Compuesta para la libertad, me sobrecoge la música de David Gilmour, líder de Pink Floyd y maestro de geografías insólitas, lugares solares, devastaciones etéreas. Que no se piense que al hablar de lo insólito me abruma su ligereza: ésta, simplemente, no existe, pues Gilmour es el dominador de lo etéreo del alma y su incorregible deseo de ser otra. Cual dominador, Gilmour conduce por aquellos lugares deseables, imaginados, ideados paso a paso sobre una cuerda extendida entre la infancia más remota y el futuro más incierto, con la voluntad del visionario: me hace saber que su geografía dispersa no es más que mi vejez invertida. Suspendido sobre esa cuerda alimento y modifico mi necesidad y la llamo universo, universo sonoro. Sobre la cuerda, Gilmour acaso sea, junto a David Bowie, el mejor criador de mundos imposibles.

Al igual que él, Gilmour se ha afanado por amoblar el universo con un estilo ajeno al tiempo y al espacio: la obra de ambos nos conduce más allá del reloj, más allá de la tierra, nos vuelve visitantes de realidades paralelas, que, aunque inasibles, golpean el corazón, huellan la edad. Gilmour y Bowie son constructores de múltiples universos paralelos en que habitar por millares y lustros, en que habitar como distintos, como los Otros es su oxígeno.

En este universo apreciamos la caricia del mar y restamos abiertos al abrazo de su aire suicida. El más delicado guitarrista contemporáneo detiene el tiempo hasta sumergirnos en la alucinación de lo mítico, de lo primigenio y elemental, de lo extraño a las travesuras de la necesidad. Ocurre así al escuchar la magnífica Then I close my eyes, incluida en la edición del concierto Remember that Night, ofrecido en el Royal Albert Hall de Londres a fines de 2006. Con esa virtud atemporal la guitarra de David Gilmour nos eterniza.

Aparejando los géneros como un taumaturgo, folk, jazz, soul, blues, country, rock, música orquestal, omnipresente música clásica e incurable inspiración wagneriana, Gilmour apropia los artificios de esos lenguajes en el suyo, en esta especie de esperanto del hombre libre y solo. En el largo y descriptivo camino que recorreremos olvidamos lo mundano y su ruido, pasamos por el latir del cuerpo y aparcamos en las zonas del sueño y de la imaginación más tersa y desbocada: conchas marinas, cuevas tasmánicas, luces amarillas, verdes, naranjas de un poniente cristalino e insólito, arena blanca y hombre que cierra los ojos para abandonarse a una naturaleza que no es más que el segundo apelativo del sueño. Visitamos también, en el Albert Hall o en la habitación de nuestro apartamento, con el vídeo colocado en posición de tocar, esto es, en no retorno, la crispación de un universo viejo y torpe, la muerte de una estrella solar o el hallazgo de nuevas lunas en que el hombre es una versión de un vicio antiguo. Alienados por esta brisa de libertad, nos resistimos ante la belleza del concierto, a tal punto que triunfa el corazón y la soledad.


III

Pero existe un más allá. Cerca del cierre del recital, cuando hemos sido abandonados en los parajes de Breathe, Time, The Blue o Smile, de Fat Old Sun, Echoes y Find the Cost of Freedom, sin olvidar la muerte en negro de High Hopes, el hombre enajenado y loco, el libérrimo, se detiene y anuncia la compañía de David Bowie en las voces. Sonriente como es costumbre del Duque, lo reconocemos pasado por la cirugía plástica, insólitamente estirada su piel, elegante a más no poder, a la manera inglesa. Abre su corta interpretación en la clásica Arnold Layne de atmósfera y sonido americanos, folk más soul más blues, géneros siempre caros para las guitarras y gargantas de ambos divos. No más que un preludio algo festivo, a la manera del Camaleón. Tras el inevitable silencio, Gilmour anuncia el corte final, Comfortably Numb, la mayor navaja rockera de los tiempos y Bowie se apresta a interpretar a un artista sin máscaras, es decir, a un hombre inspirado. ¿Otra mutación? Quizá. La voz grave y algo ronca, insólita en la correspondencia con su caquéctico cuerpo, recuerda distintas interpretaciones aparecidas esporádicamente en los afortunados y poco afortunados álbumes llamados Hours…, Heathen y Reality. Bowie se aferra al micrófono atento a la orden del maestro de la orquesta y como un debutante de salón lanza su sonido más vital y enmascarado para dar con la interpretación más hiriente de Comfortably Numb nunca oída. De por sí lacerante, el tema nos azota por todo costado, bajos, espalda, intestinos y recuerdo; no quedamos más que para las lágrimas. Cuando Gilmour comienza a cantar su parte ya hemos sido presas del hiperrealismo de Bowie y obsequiamos nuestro cadáver a la voz demoníaco-divina de David Gilmour.


IV

David Gilmour ha vencido, en nosotros, en el sueño y la libertad. Prevalecerá porque su credo comienza con la palabra más inusual en la música contemporánea: armonía. Perdurará porque, más allá del dinero, los aviones y la isla-hábitat, Gilmour es una herramienta del ruido universal huido del cielo que no es otra que la voz del Criador. Él nos emancipa y nos abandona en el sueño, por Él somos, por Él creemos y a causa de Él lloramos al abandonar el útero en favor del único lugar cruel concebido por el tiempo: éste, el Mundo, el sueño, la libertad. —