He de confesarlo: en la pecera del mundo lo esencial es la ropa. No la elegancia, no la corrección, no el atildamiento: la ropa. De hecho, lo único que veo es ropa: negros que visten elegancia extrema con sus trajes café a rayas blancas casi imperceptibles acompasados por camisas naranjas de pechera y pañuelos de bolsillo de seda; japoneses que escogen fibras sintéticas para la realización de trajes, camisas y corbatas cortadas con minimalismo expreso y mal disimulada maldad a la par que calzan, sin discrimen, zapatos de lona y tela con traje o sudaderas; sajones e irlandeses que portan boinas, bufandas, orejeras, guantes, gorras y sombreros con discreto y habitual bien hacer y exhibir en la tradición de quienes han hecho del tweed más que una filosofía una ética; latinos que ostentan profusión de accesorios plebeyos, brazaletes de cuero con incrustaciones de fierros, cadenas de metal, collares de cuentas, aretes, pañuelos de cabeza y cuello en aventureros colores con olor a daga; viajeros que no dudan en acompañar sus pantalones rayados de lino, su chaquetilla de cuello trunco y seis botones fabricada en algodón egipcio y la sudadera con estampados «no more fashion victims» desgastada y agrietada en el cuello y los bíceps, con unas gafas Côte d’Azur década del sesenta o más femeninas aun, Jackie O, nacaradas e incrustadas en piedras, y un sombrero Jean Gabin confiscado a los padres. Ropa, ropa, ropa, veo solo ropa: pantalones blancos sin pretinas, pantalones de explorador con bolsillos secretos, pantalones que oxigenan los boxers, pantalones neo-capri color turquesa, pantalones sin pantaletas y pantalones con medias. En la pecera del mundo lo natural es la ropa.
He de confesarlo: solo atisbo una especie que se resiste al dominio de la ropa, la especie de las izquierdas. De ancestro liberal, es decir, austera de comida y bebida y frugal de dispendio y gozo, la izquierda hace gala de un guardarropa obstinadamente retrógrado. De Felipe González para abajo, hasta alcanzar en el fondo del pozo a este dirigente sindical cuyo apellido se me escapa… Tristán, Dristán, Mután, las izquierdas honran su pasado adusto. ¿Tacañería, avaricia, pobreza? Aunque acumule y explote en sus pequeñas y grandes factorías, la izquierda luce siempre su caqui funcional, camisa rasgada en el cuello —no precisamente «no more fashion victims»— y polifuncional “combinado” confeccionado en el casimir más barato, siempre el más barato. Aunque los peronistas-justicialistas de antes y los alfaristas de hoy hagan sus triquiñuelas de bolsa y préstamo, proseguirán devotos del aburrimiento visual de sus padres de guerras liberales. Hijos de Marx serán, nunca de Lasalle, el dandy infiltrado. ¿Por qué, por qué las izquierdas son tan desaliñadas? No lo sé.
La verdad, no he de saberlo.
Yo, entreveo.
1 comment:
¿y tu porque hueles tan mal?
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