Friday, February 15, 2008

YO, FRANCO. Dinero


“El único bien que no se pudre” dice John Locke con los ojos caídos, ojos de Paganini racionalista, y me río en su cara. Palpo mis bolsillos: un centavo. El único bien que no se pudre escasea, escasea siempre, nunca colmará arca ni barril. Aunque bien podría yo caminar unos pasos, colocarme al otro lado de la raya y decir: ¿para qué quieres plata si el tiempo es saludable y camina más aprisa? Responderás que hasta el tiempo se compra y quizá tengas razón, quizá sepas esconder el metal entre las arrugas que surcan tu cara como los pasos de Lope de Aguirre en la selva, como monedas que te sobrevivirán y a tus hijos, sumergidas en una tierra podrida e ignota que no se toca ni se ve. Pensarás que has hecho bien conservando los billetes en las paredes de tu refugio, encolados y con los rostros de los viejos barbudos vigilando por la noche tu sueño cada vez más ligero y débil. Provocaría en mí cierta voluptuosidad tocar tu frente bañada en sudor y dejar que mi palma acaricie el nacimiento de esos escasos cabellos plateados, esos filamentos que ya no protegen el contenido de la caja craneal, esos hilos que mueren cada noche. Aunque bien podría quedarme en este lado de la raya y sugerirte que arranques los billetes de las paredes con el riesgo de que tus uñas destilen sangre en la madera y tus ojos salten en sus órbitas, que los tomes, los aproximes a tu nariz, a tu boca, a tu sexo y te lances a la calle en busca de rameras, alcohol y morfina, en busca de una vida que oxigene tus cabellos hasta volverlos hilos de trigo y te descubra como un hombre de experiencia que algún día recordará y contará. Podría exigirte que forniques, que concibas, que germines y pagues las cuentas de tu extravío como hay que pagar, con tiempo y dinero, y así te reconocería más grande, más temperamental, más trascendente, más hombre. Ese momento sabría que eres rico para vivir como pobre, abandonado a la carne más abyecta y al espíritu más valiente, a la aventura y al rencor, a naturaleza y cultura, si acaso ambas fueron imaginables juntas en un alma única, y retornaría a la cueva del oscuro Locke a decirle que tiene razón y a contarle que su bien no se pudre, que no se pudrirá jamás, porque es como el excremento del hombre, alimenticio, imperecedero y vital. Aunque creo, y esto no lo puedo jurar, que en los dos territorios, a ambos lados de la raya, me sentiré siempre incómodo, deseoso de ser pecado, de ser pobre cuando rico, de ser opulento cuando padezco miseria, y desearé saltar al otro, como los conquistadores que prefirieron una geografía de arrugas y sangre en lugar de pocilga con pulgas y ratas, allá, en su tierra de origen, surcando el mar. Con la vista en la espuma marina tragaré el viento, el polvo y la espuma misma, tragaré al hombre podrido más allá de metal y muerte, engulliré al pensador, a John Locke.

Franco, el Antropófago.—

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