De mi vida allí recuerdo con particular interés dos experiencias peculiares. La primera me reveló el sentido de toda una concepción estética que con los años habría de influir, más por su sentido casi mágico que por su realidad objetiva, en mi propia obra. Era la perspectiva equívoca que Borromini había creado en el cortile del Palacio Spada. La impresión que me produjo esa pequeñísima galería artesonada en que está figurada una inmensa perspectiva rematada por una estatuilla me remite siempre a la idea de que, si bien el arte es, esencialmente, el producto de una actividad mágica, en su concepción intervienen muchas veces factores tan íntimamente ligados al concepto de técnica y de oficio que es necesario tener en cuenta esto para poder establecer de una manera precisa los límites que separan estas dos concepciones. La realidad misma, como lo prueba ese hecho arquitectónico casi banal, es susceptible tanto de ser recreada como de ser modificada substancialmente por los procedimientos de que dispone el artista y este hecho informa de una manera certera la diferencia exacta que existe entre él y el crítico. Mientras el artista ama confundir en su obra esos límites, el otro se empecina en elucidarlos. Ante el capricho arquitectónico de Borromini el crítico se desentiende de la profundidad y de la grandeza de ese espacio interminable para percibir, de inmediato si es perspicaz, los elementos con los que el arquitecto ha conseguido amplificar lo que para él sigue siendo un espacio minúsculo.
Salvador Elizondo
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