Monday, December 10, 2007

YO, FRANCO: Lawrence de Arabia


Sugiero que la épica vive en el hombre y no en el desierto, aunque imagino que van a resistirse. Por eso no preciso hallar desierto sino afinar la cuerda del hombre. Pienso en ello mientras veo Lawrence de Arabia, de David Lean. No apresuraré mi palabra a adelantar su historia, de manera que eludiré los detalles de la trama para no arruinar su domingo.

Lawrence de Arabia es una cinta épica como ya no se intentan ni se piensan, un film que pone en escena la lucha entre el individuo y los elementos, entre cultura y naturaleza, entre el yo y la historia. Con su recuerdo, valga decir sobre la épica: una cuerda tirante entre principios antitéticos.

Quizá es inútil repetir que Lawrence de Arabia es una película ambientada en la guerra, la Primera Gran Guerra. En medio de ese imparable curso de violencia que es la política y la historia, el individuo es un fusible que mide la tensión del devenir. Ubicado en la encrucijada, el individuo no tiene más recurso que ejercer el vigor y la voluntad —otros nombres del miedo— a fin de preservar al hombre y su voz. Deviene héroe. El héroe: no más que un yelmo ciego frente al miedo.

No le cabe más recompensa al individuo que aceptar la ambigüedad y soportar la decepción. Lawrence es presa de su valentía, de su obra, aunque en sus ojos surque el desconcierto y, en realidad, el fracaso. Lawrence es un fresco de las pulsiones que disputan el cuerpo del héroe: hostil, cínico, irónico, compasivo, valiente, cobarde, megalómano, humilde, un firme candidato al sanatorio. Dicho de otra manera: la carne del hombre no es todo lo fuerte para resistir al héroe, su materia no es materia de titanes. La épica murió hace tiempo.

Nos quedan los antihéroes, sus pequeñas tragedias, sus numerosos dramas, sus ínfimas pérdidas. Ni reino, conquista o hazaña. Ni delirio. Tomaremos la butaca, morderemos los hot dogs, y nos abandonaremos a Braveheart: comics en los que no se pierde valor, honor ni voluntad, en los que no se pierde nada. Quizá en la sala oscura alguno recuerde que la épica no vive en el desierto sino en el corazón del hombre. Los demás se volverán, pasearán lánguidas miradas sobre su rostro y dirán: ah, un viejo.

Yo, envejezco.

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