Si desciendes la escalera, la luz de la bombilla se extinguirá en dos trancadas. En el rellano tocarás una puerta de tablones mal clavados que huele a vela y a sebo. Moverás el pomo, esa gran muela redonda y fría, y entrarás. Apenas te rozará un hilo de claridad que corta la habitación desde el lado izquierdo y la baña con su tono mórbido, violeta y azul carne, un haz ligero y sucio lleno de santo espíritu que ciega en vez de guiar. En la habitación habrá estantes dispuestos con desatino y extraño rigor, como si el desorden formase parte de un orden universal regido por una mano invisible. El cristal de cada compartimento, amarillo a causa de la grasa y el vapor, protegerá dos o tres cabezas aisladas de sus cuerpos, empaladas una al lado de la otra con paciencia científica, como la obra de un cálculo demoníaco. No resistirás y te acercarás a la más bellamente conservada, un cráneo dolicocéfalo de ojos saltones e iris azul grisáceo, malévolo dueño del centro de la repisa. La piel de su rostro será una fina película de seda muy pegada al hueso que atrae una palidez extrañamente sobrecogedora, dominante y cautivadora como debió ser su voz, y que ahora se extiende simétrica y reposada hasta la quijada muy levemente partida.
Será tu ansia y tu memoria la que te haga abrir la portezuela de la repisa y acariciar el cabello castaño muy oscuro, peinado con raya impecable al lado izquierdo, ese pelo tan fino, lustroso y restirado. Acariciarás el cabello con la mano abierta y sentirás la rugosidad placentera de épocas que te sabrá a susurros, a voces, a gritos, a huesos lavados, a olores químicos, a ecos de muerte. Conocerás en tu palma la sangre y adivinarás en sus líneas el pecho y la espalda lampiños y hasta escucharás su voz de puñal. Con las yemas de tu diestra sobre las cuencas duras como piel de ciervo, pensarás su ojo izquierdo algo más grande que el derecho, te asombrarás, te asustarás, temerás. Tu mano se deslizará sin freno, como la de una dama sobre su otra mano vestida de terciopelo, a lo largo de la nariz recta y fina, reptará debajo de ella hasta posarla sobre el labio superior y sentirás el bigote pequeño como brocha de boceto renacentista, un bigote de óleo. Lo sabrás en tus dedos, conocerás tu regalo, lo amarás y callarás.
Escapa de este umbral si te es propicio, invitado de honor. Huye de mi museo con el regalo en la mano. Protégelo en tu regazo con cariño, escapa, te suplico, ya es tiempo.
Yo, ruego.
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