Monday, December 10, 2007

YO, FRANCO: ¡Vivan las cadenas!


Hubo un tiempo en que los hombres eran dueños de otros hombres, podían romperles la mano con una maza o brincarles el ojo de un zarpazo. Se dijo que era un estadio malo para la salud del hombre, el hombre lo creyó y barrió cualquier vestigio de barbarie. Trepamos pues, un peldaño en pos del espíritu absoluto y esto sirvió a mitigar nuestro dolor. Mas la preservación de los globos oculares no bastaba, era preciso luchar porque fuésemos iguales y hermanos, por ser fraternos, y nos dimos a la tarea de odiar a quienes creíamos hurtaban nuestra libertad, a los que por herencia poseían más y en algún momento nos doblegaron. A ellos juzgamos y apartamos del camino, nos cansamos de servirles y labrar sus tierras, rodeamos sus castillos y les prendimos fuego. Nos gritaron brujas pero no nos importó: con el pastizal conflagrado fundamos el terror. En el acto redujimos las coronas a metal fundido y ornamos nuestro cuerpo con sus restos. Ahora los dioses no nos rigen y pronto, muy pronto, nos desharemos de ellos; al fin y al cabo nuestras vaginas vomitan dioses a imagen y semejanza de nuestro silencio. Devaluaremos la casa de Dios con el canto pagano de la esfinge y la pobreza y volveremos a nuestros símbolos, nos inspiraremos en ellos, nos ensimismaremos y perderemos. Aquí pasa el hombre por la fragua, allá el monarca en la horca, más allá el nuevo césar bajo el plomo del rebelde. No seremos sino uno, el mismo, uno que no solo es razón y libre albedrío, no solo control y discrimen, sino padecer y lágrimas de especie. Pasaremos por el mismo rasero a este género de hombres, a todos ellos, a que se reconozcan y descubran al hermano en su cuerpo y no sean más espíritu. Los vestiremos igual, los calzaremos idéntico, cortados serán sus cabellos por las mismas navajas y por las mismas manos. Quedarán en las nuestras, tan bellos, tan pulidos, tan idénticos; su corazón y su voz serán comprados con el céntimo, tu pantorrilla será la mía, su mentón el de ella, su miembro igual al miembro de Cristo, su debilidad la del humano de la columna del pan y el jabón y la del de más allá. Haremos el camino, la luz extenderá su sabiduría hacia nosotros y nos guiará al final del túnel. No habrá más propietarios de hombres, reinaremos hasta que la paz se rompa, hasta que la trompeta nos obligue a callar y contemplemos la calavera lavada, la osamenta ungida, y escuchemos la voz de Uno que canta: “para, detente, para”.

Nosotros, esclavos.

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