Monday, December 10, 2007

YO, FRANCO: ¡Vivan las máscaras!

Oscar Wilde decía que nuestro único deber es ser lo más artificiales posible. Pero a veces lo artificial es santo, otras veces no. Una nariz pasada por el bisturí que hace buen juego con ojos, boca y mentón, es un artificio logrado; falda corta sobre pantalones vaqueros, como se vio hace poco, siempre será artificio fallido. Por ello no es importante señalar si algo es artificial o no, lo es contemplar el conjunto, que el detalle falso haga compás en un todo y no desentone. La escuela y la casa nos han acostumbrado inadecuadamente a festejar lo “natural y espontáneo” y a despreciar lo artificial. Pero me pregunto: un cigarrillo en la boca de un infante, ¿es natural y espontáneo o es artificial?

También deben haberse fijado ustedes que hay personas que fuman como si no estuvieran fumando, que cortan la carne como si no estuvieran zanjando, que dan la mano sin ejercer presión. Estas personas quizá sean naturales consigo mismas pero no lo son con el resto: su actuación es enormemente impostada y —¿me permiten usar este vocablo?— falsa, son nubarrones que no hacen invierno. Falsa porque su artificio no encaja bien en el contexto, les hace falta seguridad, autoconfianza, convicción para la mentira. Fumemos si esto nos trae placer, comamos si nos apetece, durmamos si nuestros ojos así lo exigen.

Quizá encontremos una postura de lo espontáneo aunque lo que hagamos sea un total artificio, como artificial es fumar, maquillarnos, llevar aretes en las orejas o sortijas en las manos. Artificios todos. La despreciable y nada santa artificialidad es lo postizo, lo que evidencia que el pedazo no corresponde en el cuadro. De esa madera indócil están hechos los inútiles, los de no confiar. Son postizos. Recluyámoslos en su guetto que para eso se han creado los guettos de antifaz.

Yo, aíslo.

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